Parlamento y democracia – Marcelo Ostria Trigo – 12.7.2010



Se coincide en que sin un parlamento que sirva de verdadero contrapeso al poder del gobernante, no hay democracia. Tampoco la hay cuando éste se convierte en un instrumento para cohonestar todo lo que se le ocurra al caudillo.

El parlamento –sin entrar en la diferenciación de parlamento para los regímenes parlamentarios y congreso para los regímenes presidencialistas- tiene dos funciones esenciales: la legislativa y la de fiscalización de los actos del gobierno. Es el órgano del Estado más representativo de todos los sectores que conforman una sociedad, claro está cuando es el producto de elecciones limpias y con reglas justas.

En el parlamento se habla; es decir, se debate y se exponen y confrontan ideas. Los parlamentarios, que no son empleados de la secta política por la que fueron electos, tienen la obligación de actuar de acuerdo a su conciencia, aunque, en algunos casos, prevalece la tendencia de adjudicar a quien no comparte alguna política de su propia agrupación, el mote de traidor. La intolerancia se ceba en la dignidad y libertad de conciencia. Por supuesto que esto deriva del afán de controlar a todos.

Para los regímenes totalitarios, la idea de la libre discusión parlamentaria es inadmisible. En el Reichstag de Hitler no era admisible la presencia de opositores y, en el régimen de Mussolini, al partido que obtuviera la mayoría de los sufragios nacionales se le adjudicaba automáticamente dos tercios de los curules de la cámara de diputados.

Para los Estados dominados por el stalinismo el parlamento era –aun lo es en un puñado de países- el resultado del unipartidismo. En Cuba, los líderes de la insurrección contra Fulgencio Batista, antes que Fidel Castro se declare comunista, difundieron el Manifiesto de la Sierra Maestra, comprometiéndose a “celebrar elecciones generales para todos los cargos del Estado, las provincias y los municipios en el término de un año bajo las normas de la Constitución del 40 y el Código Electoral del 43 y entregarle el poder inmediatamente al candidato que resulte electo”. Nunca se cumplió. Posteriormente, la ley cubana estableció una Asamblea legislativa de 609 diputados propuestos por una Comisión Nacional de Candidaturas para elecciones sin contendores, a imagen y semejanza del parlamento soviético. Es el sistema unipartidista en acción.

Los actuales regímenes autocráticos, en cambio, han adoptado una nueva modalidad para impedir la participación efectiva de cualquier corriente de oposición, aunque se esmeran en llamar a elecciones multipartidarias para conformar sus parlamentos. Aprueban leyes orientadas a consolidar reglas que favorecen al oficialismo y  que distorsionan la democracia. Una vez conseguida la mayoría –frecuentemente lograda con el fraude-, el legislativo se convierte en apéndice del partido y del caudillo, perdiendo completamente su función esencial  de contrabalancear el poder del ejecutivo.

En América Latina, el venezolano Hugo Chávez fue electo, es cierto,  democráticamente. Pero, ratificando que las simples elecciones no garantizan la vigencia de las instituciones y las libertades, el autócrata fue creando nuevas reglas, con la esperanza de eternizarse en el poder: Hizo cambiar la constitución y la ley electoral. Y, como es evidente que hay planes conjuntos, sus aliados de la ALBA van por el mismo camino hacia la dictadura.

Enviado por el autor Columna Mi opinion [columna_mi_opinion@hotmail.com]

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