COLUMNA – BUSCANDO LA VERDAD Tremenda chorrera… – Gary A. Rodríguez A. – 25.7.2011

“Evo afirma que hay un ‘daño tremendo’ por la subvención”, decía la nota dando cuenta que el Presidente del Estado Plurinacional había concluido que la subvención a los carburantes provoca una “chorrera tremenda” a las cuentas fiscales (“La Razón”, 16/JUL/2011).

En relación al D.S. 748 que intentó elevar el precio de la gasolina y el diésel, pero que fue abrogado rápidamente, cabe recordar que el Presidente advirtió que si no se acababa con la subvención no se garantizaría la inversión en prospección petrolera para producir más en el país.

¿Qué intentaba el fracasado Decreto? Dar una “racionalidad” al precio de los combustibles a un nivel que, estando cerca al precio internacional: a) desestimulara su salida de contrabando; b) bajara drásticamente la subvención; y, c) garantizara una ganancia a las transnacionales para inviertan, aumenten la oferta nacional y baje la importación.

Triste pero cierto: los precios irrealmente bajos fomentan el contrabando al exterior; desabastecen el mercado interno (pasa hoy mismo con el GLP); el Estado gasta “chorreras” de dinero en la subvención; la producción nacional cae y se despilfarra cientos de millones de dólares en la importación de un combustible caro para venderlo barato en el país.

Por tanto, el Primer Mandatario boliviano tiene razón: sin garantías para invertir, producir y ganar, se logrará cualquier cosa menos nuestra “soberanía energética”.

Igual ocurre con los alimentos. Y, siendo que el mercado no miente, si existe la convicción de que subir el precio de los combustibles es necesario para garantizar el autoabastecimiento, ¿por qué no se razona de igual forma a favor de quienes trabajan por nuestra “soberanía alimentaria”?

Porque no siendo así, cuando el Estado con la mejor intención fija “precios justos” y “bandas de precios” lejos de los del mercado, podría pasar eso de que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” y repetir en breve con los alimentos, el drama de los combustibles. De hecho, ya está pasando. Antes no importábamos gasolina ni GLP y tampoco maíz ni azúcar, y hoy lo hacemos. La explicación está en sus precios artificialmente bajos. Y así como no se pudo obligar a invertir en hidrocarburos por la baja rentabilidad derivada de los precios subvencionados, tampoco se podrá obligar mañana a nadie, a producir alimentos que no den una ganancia acorde a su esfuerzo y el mercado.

¿No resulta curioso entonces que, mientras se quiere subir el precio de los combustibles -aún a costa de más inflación- se fije precios bajos a los alimentos buscando bajar la inflación? Esto podría derivar en otra “chorrera” por la subida de la importación de alimentos que aún siendo transgénicos deberán ser subsidiados (como el maíz que ahora se trae del exterior).

Si la preocupación por conquistar a las transnacionales que trabajan con recursos extractivos y no renovables es evidente, ¿por qué no tener la misma consideración con quienes lo arriesgan todo para alimentar sosteniblemente al país?

El éxito del sector oleaginoso boliviano -que con el 20% de lo que produce le fue suficiente para sustituir importaciones de aceites y grasas y autoabastecernos por décadas- no se logró fijando precios bajos ni cuotas de exportación. Seguridad jurídica, precios realistas en el mercado interno, libertad de exportación y el buen uso de la biotecnología, son demandas que -de ser atendidas- podrían replicar tal virtud en otros sectores, ¡y a chorrreras!

Gary A. Rodríguez A.
es economista y Gerente General del IBCE

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