SOBRE LA NECESIDAD DE CAMBIAR LA MENTALIDAD DEL HOMBRE BOLIVIANO – Juan Carlos Urenda – 20.6.2011

 

2.  SOBRE LA NECESIDAD DE CAMBIAR LA MENTALIDAD DEL HOMBRE BOLIVIANO

Según Douglass C. North, premio Nóbel de economía 1993, existe una relación directa entre el desempeño de las reglas de juego de un país y el desarrollo económico del mismo. Estas “reglas de juego” (que para él son las “instituciones”) se componen por las leyes formales y por  los códigos informales de conducta. Según sus investigaciones, la historia demuestra que las ideas, ideologías, mitos, dogmas y prejuicios sí importan y considera que los códigos informales pueden ejercer una influencia más fuerte en la sociedad que el comportamiento de las leyes formales, especialmente si se considera que mientras las leyes formales se pueden cambiar de la noche a la mañana, las reglas informales, por lo general, cambian de una manera sumamente paulatina[1].

 

En relación a las mencionadas reglas informales o patrones de conducta, podemos afirmar que, en general, existe en el pueblo boliviano un déficit de conciencia ética y moral, más o menos generalizado, en torno al cumplimiento de las leyes y de los contratos que también son (o debieran ser) leyes entre partes.

 

David Hume, en su Indagación sobre los Principios de la Moral escrita en 1752, sostuvo que el progreso de las naciones se funda en un principio: el cumplimiento de los contratos, entendidos éstos como aquéllos que suscriben las partes, o aquel Contrato Social al que hacía referencia John Locke en 1690 en su Ensayo Sobre el Gobierno Civil, contrato que hoy conocemos como Constitución.

 

Ese déficit de Estado de Derecho y de conciencia ética y moral más o menos generalizado del pueblo boliviano con relación al cumplimiento de la norma y los contratos, constituyen una de las más importantes causas de nuestro subdesarrollo. Es que, como afirmara Larry Harrison, “el subdesarrollo está fundamentalmente en la mente”.

 

H.C.F. Mansilla, en su libro “El carácter conservador de la nación boliviana,”[2] analiza, comprensivamente, los códigos informales de la mentalidad boliviana cuyo conocimiento resulta imprescindible para entender las causas de nuestro atraso y fracaso como país. En su descripción de la clase política boliviana, resulta dándole la razón a Gabriel René Moreno, Manuel Rigoberto Paredes, Alcides  Arguedas, Carlos Romero, Enrique Finot y Daniel Pérez Velasco. Considera que la “fauna” que ha gobernado el país durante las últimas décadas se ha asentado en ciertas características muy difundidas de la población: la tendencia a preservar convenciones y rutinas irracionales, la credulidad en programas mesiánico-milenaristas, la simpatía por jefaturas carismáticas, la baja productividad laboral y la escasa capacidad de acumulación cognoscitiva, así como el desdén por el desarrollo científico, condiciones éstas proclives al autoritarismo. Describe el paternalismo como una de las constantes de la mentalidad boliviana, donde casi todos protestan contra el Estado, pero acuden a él cuando surge un problema. Considera que los bolivianos se han consagrado a la astucia dejando de lado la ética general. Describe el individualismo predominante en la población boliviana que defiende lo propio a cualquier precio, capaz de perjudicar al prójimo con tal de obtener ventajas personales, que descuida, casi deliberadamente, los asuntos comunales y se niega a reconocer méritos y logros individuales, que denigra a los que realmente se destacan y trata de nivelar a todo el grupo social para que el talento auténtico no pueda surgir. Considera que los pensadores nacionalistas Carlos Montenegro y Augusto Céspedes o los socialistas como Sergio Almaraz, Marcelo Quiroga Santa Cruz y René Zavaleta, otorgaron poca importancia a la mentalidad boliviana, ya que ésta constituía “el factor subjetivo” o la “superestructura ideológica” y aceptaron de manera tácita el autoritarismo y el burocratismo cotidianos en la administración pública. Según Mansilla, “… Los miembros de la clase alta boliviana viven rodeados de todos los cachivaches técnicos imaginables, pasan una buena parte de su tiempo en el exterior y disponen de recursos financieros muy superiores a los de la vieja oligarquía anterior a 1952. Pero se dedican paralelamente de manera tan tosca a la intriga y la maniobra, con tal intensidad a aligerar el erario fiscal y de modo tan persistente a distracciones plebeyas, que sus trajines parecen brotar de una crónica potosina del siglo XVII”.

 

Las apuntadas por Mansilla constituyen las causas no económicas que impiden el desarrollo económico[3]. Si la mentalidad prevaleciente en Bolivia no cambia, no habrá diseño institucional o reforma del Estado que funcione bien.

Los modelos económicos no tienen solamente una concepción técnica, que se traduce en una serie de propuestas de política económica, sino que se basan en una ideología, con definiciones de filosofía, ética y de una concepción de estado y de sociedad. En ese sentido, Martín Rapp afirma que las reformas introducidas en Bolivia en las últimas dos décadas no han podido modelar sustancialmente la cultura y que, más bien, la cultura, entendida como las conductas arraigadas en amplios sectores de la sociedad boliviana, aparece, junto con la falta de reformas políticas e institucionales, como la variable esencial que explica el estancamiento de las reformas económicas4.

Fuente: Este texto corresponde al segundo capítulo de mi libro “Separando la paja del trigo” 3ra. Edición, que trata también el tema de fondo.  Juan Carlos Urenda.

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