¿Se hacen los giles? – Susana Seleme Antelo – 13.3.2011


“Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.” Año 1950.

Nada más oportuno que este demoledor párrafo de  AYN RAND, escritora estadounidense de origen ruso, para hablar de la economía política de la cocaína, del poder del narco-capital global que corrompe globalmente, sin fronteras, hoy en Bolivia.

La producción de drogas, tanto o más que un problema de carácter ético y social -que lo es en efecto- es mucho más un problema de economía política, cuyos índices de productividad,  competitividad y millonarias ganancias dan envidia a muchos otros sectores de la economía legal. ¿Será que los del autodenominado gobierno ‘de cambio’, desconocen el carácter ferozmente capitalista de la producción de cocaína, o se hacen los giles?

Sólo cuando dejen de lado su ya insoportable cinismo frente al sistema capitalista y reconozcan la economía política de la droga y el narco-capital que la mueve,  Bolivia podrá ‘sincerarse’ frente al cultivo de la hoja de coca, cuyo crecimiento exponencial y excedentario tiene un solo destino: materia prima  para la producción de cocaína. Lo demás, son pamplinas y eso que estamos de acuerdo en que la hoja de coca, no es cocaína, pero nadie puede negar que con esa hoja se hace cocaína. Es su materia prima.

En todo caso, giles no somos y por eso exigimos un mínimo de honestidad política, económica, social y también intelectual para tratar el tema del cultivo de la hoja de coca para la fabricación de cocaína, su comercialización, distribución y consumo, amén del narcotráfico y las secuelas de toda índole que deja a su paso.

La cocaína, ya lo hemos dicho, pero lo reitero, es una mercancía como cualquier otra y tiene valor de uso en tanto satisface determinado tipo de necesidad humana. Como toda mercancía, la cocaína  se realiza en el mercado, y es ahí adquiere valor de cambio dado por el precio sujeto a la oferta y la demanda. Ese precio contiene el plusvalor, o plusvalía o trabajo no remunerado del que se apropia el narco-capital, en la larga cadena de trabajo humano contenido en la producción de la droga. Para que esa mercancía llegue al mercado donde es intercambiada por dinero, ha pasado por un proceso de relaciones sociales de producción, en las que el ‘narco-capital’ es determinante. Es decir, la compra de materia prima: la hoja de coca; la adquisición de bienes de capital: equipos y maquinaria; el aprovisionamiento de energéticos e insumos químicos para la producción de la cocaína; la cadena de transporte, comercialización y distribución se realiza con dineros provenientes del narco-capital global, aunque parezcan locales. El lavado de dinero que entra en el circuito de la circulación como capital blanqueado y legalizado, es parte del mismo narco-capital reciclado.

El circuito de la cocaína empieza en el  cultivo de la hoja de coca, que nada tiene de sagrada a la hora analizar la economía política implícita en su largo proceso de producción. El productor campesino que cultiva la hoja –ese cocalero fiel a Evo Morales, cocalero como lo fue él en su tiempo, y como Felipe Cáceres segundo de Morales entonces, y hoy Viceministro de Defensa Social- no es capitalista, pues no contrata obreros asalariados.  En ese orden, los ‘cocaleros’, como el eslabón más bajo de la cadena productiva,  son explotados, pues solo reciben el pago equivalente a la reproducción de su fuerza de trabajo y nada de las millonarias ganancias generadas en el mercado mundial de la cocaína. Sin embargo, como productor mercantil simple, proveedor de la materia prima –la hoja de coca para la producción de la cocaína- ese campesino está insertado en los mercados mundiales del narco-capital, sin patria ni nacionalidad, porque es global.

El narco-capital y la política                                                                                                  …/

Siendo un sucio e ilegal negocio que produce millonarias ganancias -tanto como el tráfico de armas y de personas, sobre todo mujeres- la economía política de las drogas suele tener implicaciones políticas pues el poder del narco-capital se filtra, infiltra y corrompe las cabezas de instituciones encargadas de la represión y control al ilícito negocio, en todas partes del mundo y Bolivia no tendría porqué ser una excepción. El acceso a personas en capacidad de mando en  niveles estatales,  permite que la economía política de la cocaína se desenvuelva con relativa soltura. En los hechos, existe una base material –la capacidad de comprar conciencias, corrupción al fin- para explicar casos como el del general René Sanabria y otros implicados de ayer y de hoy, responsables, nada menos, que  del control y represión al narcotráfico.  Sin embargo, ¿piensan los del ‘gobierno del cambio’ en el poder político del narco-capital con el que se mueve la industria de la cocaína?

A falta de argumentos válidos para explicar ‘el terremoto Sanabria’, los ‘del cambio’ achacan a la DEA, a la CIA, al imperialismo, al neoliberalismo, a la derecha,  a los medios de comunicación, a periodistas, al ‘gonismo’, y si mucho apura, podemos llegar a Mandrake el Mago.  Pero no mencionan a las mafias del narco-capital que se campean como Pedro por su casa en Bolivia; que corrompen y compran conciencias a moros y cristianos, que ejercen feroz violencia, ajustando cuentas a matar, que ganan miles de millones de dinero que ingresa y engrosa al narco-capital, a costa de cientos de miles de hombres y mujeres que sucumben al letal consumo de cocaína.

Tampoco explican que con 30.500 hectáreas de sembradíos, se tiene un potencial de producción de 54.000 toneladas de coca y 113 toneladas de cocaína, según informes de Estados Unidos de América sobre las drogas: marzo y junio de 2010. Hoy, con cerca de 35.000 Ha., el potencial de producción puede llegar de 180 a 195 toneladas de pasta base, de acuerdo a datos publicados en Internet y otras agencias.  También hay publicaciones que hablan de que con 150 toneladas de pasta base, la producción per cápita de cocaína en Bolivia es de 15 gramos; en el Perú, con 290 toneladas, es de 12 gramos y Colombia, con muchas miles de toneladas más,  tiene un per cápita 8 gramos.  ¡Somos los primeros de acuerdo a nuestros 10 millones de habitantes! Mientras tanto, los del ‘gobierno  de cambio’ se hacen los giles y creen que los 10 millones de bolivianas y bolivianos, también somos giles.

Tan giles nos creen que cambian cabezas en la institución policial y el mismo Morales da 100 días de plazo para erradicar la corrupción, como si esa fuera  la solución para combatir al narco- capital. Es una parte, pero no toda. Con tanto asesor que tiene ‘dizque’ de izquierda y marxista ¿ninguno puede explicarle por qué se debe hablar de la economía política de la cocaína, o es que son marxistas-izquierdistas de pacotilla, o no hay interés alguno en aclarárselo? Puede ser, porque ese cocalero campesino, el eslabón inferior de la economía política de la cocaína, es explotado como  campesino productor mercantil simple de la hoja de coca, materia prima para la  cocaína.  Pero, qué contradicción: al mismo tiempo,   esos miles de cocaleros son  la base de sustentación política más importante del presidente de Bolivia, también presidente de las 6 Federaciones de productores de la hoja de coca del Chapare. ¡Qué contradicción!

En tanto,  el devastador terremoto y posterior tsunami en Japón, le dan un alivio mediático al ‘gobierno del cambio’ y también al sátrapa de Libia, que sigue matando a sus habitantes, y aquí el presidente Morales defiende el principio de soberanía. ¿Será que la soberanía tiene licencia para matar, para hablar despropósitos y herir la conciencia democrática del mundo a favor de los Derechos Humanos del pueblo libio?

De verdad, no somos giles.

Enviado por la autora susana seleme [susanaseleme@gmail.com]

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