Intolerancia – Marcelo Ostria Trigo – 5.3.2011

Una de las condiciones para asegurar la vida armónica de los ciudadanos es la tolerancia; esa virtud que se pierde si  se abandonan las reglas de la democracia y se entronizan las autocracias. Pero, ¿qué es realmente la tolerancia?

Es el «respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias». (Diccionario de la RAE). Esta apropiada definición, se centra en un concepto básico de convivencia civilizada: el respeto mutuo y convergente entre la mayoría y las minorías, como elemento indispensable en la práctica democrática. En efecto, «la tolerancia es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Es la actitud que una persona tiene respecto a aquello que es diferente de sus valores. Es la capacidad de escuchar y aceptar a los demás, comprendiendo el valor de las distintas formas de entender la vida».

La prevalencia de la intolerancia en algunos países, ha llevado a la Organización de las Naciones Unidas a establecer el 10 de noviembre como el Día de la Tolerancia. Precisamente en esa ocasión, en 2010, el Secretario General, señor Ban Ki-moon, emitió un concluyente mensaje: «La tolerancia es especialmente necesaria para protegerse de la política de la polarización, en una época en que los estereotipos, la ignorancia y el odio amenazan con destruir el delicado tejido de unas sociedades cada vez más diversas. El mundo de hoy está más interconectado que nunca a través del comercio y la informática, pero las divisiones tanto entre las comunidades y los Estados, como dentro de ellos, se ven exacerbadas y profundizadas por la pobreza, la ignorancia y el conflicto».

Lamentablemente, habrá que concluir en que, en Bolivia, no hay tolerancia, ni respeto, cuando se pretende que, quien no cree en las supuestas bondades del esquema político predominante, es un facineroso, un  enemigo del pueblo, de la justicia y de los derechos ciudadanos. ‘Se opone al proceso de cambio’ es el ridículo cargo que se levanta contra el que discrepa.

Es más: cuando se destapan escándalos, la respuesta es invariable: se trata de una pretendida ‘herencia maldita’ de los gobiernos neoliberales. Esto se repite constantemente, tanto en declaraciones de personeros del régimen, como en la intensa propaganda oficial, que no se percata que una forma de intolerancia –e irresponsabilidad- es la mentira que se opone a la necesidad de esclarecer asuntos que afectan a la sociedad.

Es frecuente los jerarcas del oficialismo, reclamen el enjuiciamiento y la cárcel  para los adversarios políticos, especialmente por críticas se toman como afrentas a un ideario que se pretende perfecto, acabado e incuestionable. Pero no termina en esto, sino que, para ocultar deficiencias, tropelías y conductas irresponsables, se cierran filas para contradecir, simplemente con la sinrazón, y a descalificar a quienes se atreven a mencionarlas, porque, según un sonsonete ya conocido, son la expresión de los grupos –‘neoliberales y elitistas’– que habrían perdido unos supuestos privilegios que se detentaban en contra de los derechos de las ‘grandes’ mayorías.

Las incitativas a la violencia para castigar a los disidentes –la persecución, tanto la judicial como la represiva son formas de la intolerancia– se repiten. Así se desconocen los derechos humanos y de los derechos políticos de los ciudadanos.

Si no habría en  los altos círculos del gobierno la creencia de que, por haber alcanzado una mayoría electoral –siempre circunstancial–, están investidos de una suerte de ‘patente de corso’, estaríamos tratando casos más amables, más edificantes y más esperanzadores.

Mi opinión

Columna independiente

Sábado 05 de marzo de 2011

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