PREEMINENCIA DE LO POLÍTICO Y GASOLINAZO – Daniel A. Pasquier Rivero – 12.2.2011

La mentira es un claro signo de debilidad. Se podría decir  que al gobierno  “lo  pillaron en curva”, situación en la que es difícil huir, evadirse, y hasta salir con vida. De sobrevivir al episodio, cuando menos quedas duramente lastimado; ese ha sido el caso. Aún así, la reacción sana hubiera sido  hablar claro, dando los pormenores de los argumentos a favor para evitar remitirse solamente a las decisiones. Por algo se promulgó el Decreto 478. ¿Han variado las circunstancias?

Craso error considerar al  ciudadano del Estado Plurinacional  desinformado, indiferente a la cosa pública o, peor,  falto de recursos intelectuales para dejar pasar sin percibir la importancia de semejante  medida. Parece  obvio que la prudencia o  el miedo a la reacción indujo a los estrategas a promulgarlo sin la suficiente preparación de la población. Tomando en consideración los argumentos esgrimidos por  los promotores y, sobre todo, explicando el bien mayor para el país, quizás la ciudadanía hubiera  reaccionado de otro manera y moderado parte del rechazo.  Pero el gobierno con todos sus portavoces y comedidos prefirieron salirse por la tangente. No fueron convincentes en ninguna explicación. Por el contrario, la percepción inmediata fue,  por lo difusa,  de que algo grave está pasando. Las cuentas generales del Estado no cuadran con los discursos triunfalistas del gobierno.

El realismo es una condición inevitable. Con la olla no se juega. No hay posibilidad de escamotear la verdad al ama de casa. El Vice dice ¡no hay escases!;  una vuelta por el mercado lo desmiente. ¡No hay inflación!  A pesar de los malabarismos con los datos del INE la plata no alcanza para llenar la canasta familiar. Finalmente el llanto y el hambre  acceden  a la verdad  en poco tiempo. Cuanto más tarde, peor. La credibilidad perdida se va a recuperar sólo con más veracidad, con más transparencia, con mayor libertad de información, con menos persecución a los que no se dedican a ser reproductores de noticias oficiales.

El pueblo está escaldado. Durante cinco años se le han repetido fantasías. Se reclamaba por activa y por pasiva una agenda económica. No basta la lírica del “bien vivir”,  de la armonía con la naturaleza, del respeto a la Madre Tierra o de ser “salvadores de la humanidad”, si en la casa falta comida.  No es un acto de solidaridad donar toneladas de arroz cuando en el país hay miles que no hacen cola porque no tienen con que comprarse unos  kilos, aunque sea del importado. El gasolinazo dijo al país que el gobernar exige conocimiento, y que no choque precisamente con la naturaleza. No basta decir que mascando coca se alcanzarán los 200 años, si la peta (tortuga) llega a los 450 y no  acullica.

La ausencia de un programa económico para el país, fundado en datos sin distorsiones ideológicas, ha quedado patente. El gobierno aisló al Estado Plurinacional (EP) del contexto político y también económico de la región. El recuento del tiempo perdido. Las oportunidades idas. Que el momento era favorable, quizás  como nunca. Todo eso será sólo inspiración para poemas. Pues Brasil  da la bendición sin retorno a la hidroeléctrica en Belo Monte (Amazonas), sin el EP. Se convertirá en la tercera mayor del mundo, detrás de Tres Gargantas e Itaipú. Lejos los reclamos del gobierno boliviano,  junto a la de los grupos indígenas y ecologistas,  importantes pero minoritarios. Mientras Evo-Alvaro repiten la existencia de  10.000 millones de dólares guardados en el BCB, Brasil los convierte en 11.233 Megavatios y crea miles de  empleos. A la presidenta D. Rousseff le importa poner los medios para sacar de la pobreza a 25 millones que habitan los estados del Noroeste brasilero, no el discurso. Para eso deben servir los millones. Lula mostró la receta y así colocó a su país entre los grandes. Ahora tiene voz, busca tener voto y, si fuera posible, derecho a veto.

La falta de programa y la incapacidad en la gestión van dando inevitablemente sus frutos. Durante 40 años se habló y se hizo política con el destino del Sudeste boliviano.  Tierras olvidadas, en gran parte deshabitadas y siempre postergadas. La periferia de un país pobre. Pero allí llegó J. Aguirre y dejó ese magnífico Puerto, donde asentaron grandes inversiones del sector agroindustrial que transformaron las perspectivas de las exportaciones de granos. Pero Mutún, la cementera, exportación de energía eléctrica, explotaciones mineras de grandes posibilidades, el Pantanal para el  turismo de alta demanda,  seguían en su dulce sueño. Todo lo podía transformar el gas. Y llegó, pero pasó de largo. Cuántos años, cuántos proyectos, cuántos sueños enterrados por la desidia del centralismo incapaz de mirar más allá del Choqueyapu.  Ni siquiera la industrialización del gas y los hidrocarburos en urea, fertilizantes, polietilenos, etc., con el recurso en abundancia y el gran mercado insatisfecho al cruzar la calle.  Evo y Lula fueron aliados en el Foro de San Pablo y  ALBA. Tampoco. Y Brasil se cansó de esperar: declara prioritaria la industrialización del gas boliviano en territorio brasilero. Lo mismo ha planteado un gigantesco consorcio financiero para tender un gasoducto al Paraguay y allí, industrializarlo, para sacarlo por la misma vía, ignorada durante años por la burocracia política de Bolivia o del mismo EP, el río Paraguay.

¿Queda algún margen para más errores?  Seguramente continuarán  rechazando los proyectos en frontera, Puerto Suárez y Villamontes, donde están los mercados, ¿para insistir con la planta en Carrasco y fortalecer  la “nueva” capital del EP, el Chapare? ¿Por no dar oxigeno a regiones en manos opositoras?  Pero el gobierno ya está advertido. La preeminencia de lo político sobre la racionalidad económica, el proyecto Evo, condena al país al atraso; mientras se pierden las oportunidades de subir al carro de la esperanza, de dejar atrás las colas, el hambre, y la represión urdida por la mentira.

Enviado por el autor Daniel Pasquier [da.pasquier@gmail.com]

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