LAS CAUSAS DEL SUBDESARROLLO – Carlos Herrera – 19.1.2011

A la luz de lo que hoy acontece con los bolivianos, parece que encaminar al país por la senda del progreso será una lucha casi imposible, pues a nosotros, si hay algo que nos abruma, es el esfuerzo por entender las cosas con inteligencia, de ahí también esa cultura educativa que tenemos, que forma gente casi carente del bendito don del raciocinio claro. Unas ideas al respecto.

Se cree que el asunto de la pobreza nacional tiene relación exclusiva con el tamaño de nuestra economía, es decir, con la poca inversión y con la poca generación de bienes y servicios, pero en realidad la envergadura de nuestra economía no es más que la consecuencia de un fenómeno que los bolivianos, en su mayoría, no advierten correctamente. Nuestro subdesarrollo es, más bien, fruto de un fenómeno de atraso cultural, que se traduce en unas ideas equivocadas y un entendimiento miope de las cosas.

Demos un ejemplo concreto para hacer clara la idea. Los bolivianos estamos en puertas de una grave crisis de energía eléctrica (no tenemos las inversiones para aumentar la producción, y la demanda, que aumenta en relación con el crecimiento vegetativo de la población y la propia actividad económica, siempre va hacia delante) y no perece, salvo honrosas excepciones, que la sociedad boliviana entienda que este inmenso absurdo se debe única y exclusivamente a un anacrónico modo de entender el camino hacia el progreso, ya que en vez de fortalecer la participación de las empresas privadas (las únicas con los recursos y la tecnología para desarrollar el negocio) se ha desplegado toda una política para sustituirlas por la incompetencia y la ineficiencia de las empresas del Estado, y ello con la mas entusiasta aquiescencia nacional.

La prosperidad de las naciones desarrolladas, al contrario de lo que ocurre en países como Bolivia, responde directamente a la adopción de las ideas liberales como inspiradoras de sus constituciones. Allí es legítima la actividad privada encaminada a generar riqueza y lucro. Es natural también que allí los mercados sean los que controlan los precios, como consecuencia de la cerrada competencia entre productores que luchan por el favor del consumidor. Lo mismo que las autoridades estén vigiladas por tribunales o instituciones específicas que controlan la constitucionalidad de sus actos.

Luego en ninguno de estos países se legisla en términos de raza o de origen social, como en el caso nuestro. Esto rompe un principio universal del derecho, el de la igualdad de las personas ante la ley. Y esto mismo en razón exclusiva de la condición humana, que es una sola a lo largo y ancho del mundo.

Tampoco tienen constituciones donde el Estado tiene un poder omnímodo sobre la sociedad, porque allí ya se sabe (a dos siglos de las revoluciones que dieron carta de ciudadanía a los conceptos de soberanía popular y derechos fundamentales) que aquello sólo lleva a la dictadura de la burocracia enquistada en el gobierno de turno, así como a los mayores disparates económicos (monopolios estatales, control de precios, gasto incontrolado en subsidios políticos, leyes demagógicas que ahuyentan la inversión y disminuyen la producción, y en fin, toda clase de desaciertos que impiden el desarrollo sano de las sociedad)

Entonces ¿Cuales son esas ideas que nosotros no visualizamos como importantes? Pues son las que ven al trabajo como la columna vertebral de progreso (no los regalos del Estado); las que respetan la propiedad privada religiosamente porque entienden que aquella es la base, no sólo del progreso personal, sino de la misma libertad humana; las que valoran la competencia y los mercados abiertos, porque entienden que los mercados son la mejor manera de asignar los recursos y son también generadores de riqueza material a gran escala, amén de que regulan naturalmente los precios de los productos promoviendo y alentando la competencia; las que piensan que las políticas de Estado deben tener el sello de la racionalidad más rigurosa, y por lo mismo deben cuidar el valor de la moneda como su responsabilidad más importante, porque cuando aquella se debilita, es la propia sociedad la que se empobrece, en directa proporción con la misma devaluación.

Son también ideas que creen en las instituciones del Derecho democrático como la única referencia de conducta y organización de la sociedad; o las que piensan que la palabra y los contratos tienen un inmenso valor, y por eso se deben respetar siempre.

Hoy la política latinoamericana ha sido tomada por personas con la cabeza saturada del credo estatista, es decir, la cándida creencia en la sabiduría y buena voluntad de los Estados, sin pensar que aquella abstracción, en los hechos, no es mas que un grupo de personas con las riendas del poder en sus manos, y que por lo mismo pueden ser extremadamente peligrosos para el conjunto de la sociedad civil si en sus cabezas no habita la racionalidad y el apego a la ley, tal y como ocurre con las autoridades y los ciudadanos de los países desarrollados, donde si bien no todos son unos angelitos, no se puede negar una cultura general de apego y respeto por las normas.

Encargarle el gobierno de muchos países latinoamericanos (como hoy ocurre) a un hato de socialistas nostálgicos del estalinismo, empecinados además en llevarnos de nuevo por aquel derrotero de errores, subjetivismo económico y fe ciega en las bondades estatales por el que transitamos ya durante la mitad del siglo anterior, sólo va a agravar nuestra pobreza y nuestro debilidad económica e institucional.

¿Qué se hizo entonces –y qué hay que hacer ahora- para frenar el deterioro que el populismo dejó de tanto en tanto en el siglo anterior? Lo que todos los países sensatos hacen en materia de políticas públicas: equilibrio fiscal (que el Estado no gaste más de lo que recauda, el equilibrio de las finanzas es esencial, porque una deuda desmedida deja un lastre difícil de subsanar en varios años; control del gasto público (nada de bonos demagógicos o un Estado hinchado de empleados ineficientes) porque el gasto público que no sirva para desarrollar la potencialidad productiva del país, es derroche gratuito; control de la inflación (porque su descontrol nos empobrece a todos) mediante la promoción de mercados abiertos y buenas condiciones para el trabajo privado.

Participación privada en las empresas públicas, porque sin una gestión auténticamente corporativa, aquellas nunca son bien administradas y terminan siendo una carga para el erario nacional, terminan subsidiadas; flexibilización del sistema de contratación (la mejor forma de alentar el empleo es permitiendo una gran movilidad laboral sin penalidades excesivas a las empresas); desmantelamiento de las barreras arancelarias y apertura de mercados (es decir, competencia entre productores nacionales y extranjeros) bajo la idea de que si los productores extranjeros producen los mismos bienes a un precio inferior, es mejor para el consumidor nacional comprar productos foráneos. La equivocada idea que protegiendo a nuestros empresarios se tendrán productos buenos y baratos, es una ilusión; si usted le entrega a cualquier empresario un mercado cautivo, liquida el estímulo para mejorar que deviene de la competencia y se asegura con ello productos de mala calidad y caros.

Y no olvidemos tampoco la ampliación del universo tributario, porque en Latinoamérica el populismo le ha dado carta de impunidad a infinidad de corporaciones que no tributan como deberían (gremialistas, comerciantes ilegales, cocaleros, transportistas, etc. etc.) por lo que los gastos de la educación y la salud pública se apoyan principalmente sobre las espaldas de los que tienen empleo formal, dejando a infinidad de personas con ingresos abundantes, fuera de la obligación de tributar, lo que constituye una injusticia que rompe con el principio del derecho democrático de igualdad ante la ley.

Para lograr el progreso hay que actuar entonces, como dice C. A. Montaner en su libro “La libertad y sus enemigos”, “a pura sensatez y sana ortodoxia económica”. ¿Estamos nosotros ahora en ese camino? Tal perece que no. Y entonces, una de dos, o pasa que no hablamos esto por temor a las represalias populistas, o somos unos burros que todavía no hemos tomado conciencia de cuáles las ideas y los valores que hacen la prosperidad del mundo desarrollado. ¿Ustedes amigos, qué creen?.

ENVIADO POR EL AUTOR carlos Herrera [calinzell@hotmail.com]

1 comentario

  • By luciano, 1 Enero 2014 @ 20:33 pm

    si pensamos así seguiremos siendo un pais subdesarrollado

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