El gusto por lo ilícito – La Estrella del Oriente (Editorial) – 15.11.2010
“Siglo XX cambalache/ problemático febril/ el que no llora no mama/ y el que no afana es un gil/ dale nomás/ dale que va/ que allá en el horno se vamo a encontrar/ no pienses más/ sentate a un la´o/ que a nadie importa si naciste honrao”, señalaba Enrique Santos Discépolo en el famoso tango compuesto el año 1934 titulado Cambalache Siglo XX, que reflejaba la realidad de la sociedad en esa época que trasladado al presente, podría parecer que la famosa letra haya sido escrita en los últimos años.
Si se escucha la famosa canción y se la compara con la realidad nacional actual, nos daremos cuenta que la sociedad parecería se estancó en el valor ético en la década de los 30 del pasado siglo y no logró evolucionar ni un ápice, donde ciertos grupos de ciudadanos les gusta caminar por los senderos de lo ilícito, sabedores o conocedores que no existe un Estado fuerte y organizado que pueda hacerles frente o castigarlos por sus malsanas actitudes.
Discépolo nos refriega en el rostro aquello de “que a nadie le importa si naciste honrao”, porque éstos se están rindiendo o ya son minoría ante tanta pobredumbre moral ciudadana, donde insistimos, parece ser que existe el gusto por lo ilícito. Allí están los traficantes de droga que con la elaboración de la cocaína generan millones de dólares inyectados a la economía nacional, no existiendo política rígida que pueda controlar o bajar los índices de esa producción.
Hay otro grupo que saborea lo ilícito, escondiendo las bolsas de azúcar para generar una severa escasez que les permita hasta duplicar su precio y con ello su ganancia, notándose una tardía reacción de las autoridades, que si bien hacen sugestivas declaraciones, el producto sigue expendiéndose a precios elevados. También están las poblaciones enteras asentadas en las fronteras, dedicadas a la actividad ilegal del contrabando, no existiendo fuerza coercitiva que imponga el orden y el respeto a la legalidad.
En algunas fronteras, son cientos de miles de bolivianos dedicados a contrabandear azúcar; en otra hay similar cantidad vendiendo gasolina por el doble o triple de su valor, estando obligados quienes no pueden pagar esa cantidad a esperar varias horas o días para el aprovisionamiento de ese energético; por otra frontera existen otros miles de personas que ingresan mercadería de contrabando sin pagar los tributos de ley.
Hay poblaciones intermedias que tienen la mayor cantidad de su parque automotor con vehículos indocumentados, pero que le garantizan las autoridades municipales su circulación por el pago mensual de una tasa, aún a sabiendas que le están estafando al Estado y con ello se comete una ilegalidad, mientras hay otros que pagan los tributos por la nacionalización y religiosamente cada año entregan el impuesto a su respectiva municipalidad, pero como dice Discépolo “que a nadie le importa si naciste honrao”.
Así como esos ejemplos se pueden encontrar cientos en el territorio nacional, como los comerciantes acogidos a un supuesto régimen simplificado para no tributar al estado como es debido por la cantidad de dinero que manejan, hasta aquellos que no respetan ni la luz roja del semáforo.
Con todos esos antecedentes, la sociedad sin valores se sigue pareciendo al tango de Discépolo de la década del 30 del siglo XX, quien terminaba su composición señalando “si es lo mismo el que labura/ noche y día como un buen/ que el que vive de las minas/ que el que mata, que el que cura/ o está fuera de la ley.
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