MIOPÍA NACIONAL – Carlos Herrera Echazú – 3.11.2010

Mucha es ya la información y muchas también las experiencias políticas que muestran cómo terminan las aventuras que tienen al Estado como médula de la economía, como ésta en la que nos hemos embarcado de nuevo muchos pueblos latinoamericanos por la siempre seductora prédica populista, no obstante la debacle económica y de libertades que ha ocasionado en los países donde se ha tratado de imponerla.

Vamos por pasos. Aunque los negocios de oportunidad son también corrientes en el mundo económico actual (especulación monetaria, precios circunstanciales de materias primas que dejan grandes ganancias, negocios ilegítimos y otros) no es sino mediante una estructura productiva basada en la inversión privada, el trabajo asociado y la seguridad jurídica, que las economías exitosas del mundo han alcanzado el potencial productivo que les conocemos. En otras palabras, sólo aquellas economías establecidas sobre la base del esfuerzo privado y la diversificación productiva, han alcanzado un crecimiento sostenible, es decir, han mejorado la capacidad de consumo de la gente, lo mismo que los niveles de empleo social. En contraposición, aquellas economías que en vez de propiciar un verdadero régimen de libertad económica (esto es, permitir que el trabajo privado se expanda y movilice con la menor interferencia y regulación estatal posible) han establecido la política de potenciar al Estado, como piedra angular de la actividad económica nacional, son ahora los países mas pobres del mundo, los menos productivos y los que menos libertades tienen, como lo muestra el mapa mundial de la pobreza y el subdesarrollo.

¿Por qué no funcionan las políticas contrarias a la economía de mercado? Porque su principal fundamento económico (redistribución de la riqueza a través de decisiones burocráticas, no de los mercados) es el enemigo natural de la inversión, que es, como todos sabemos, el alma del crecimiento económico. Sin inversión, o lo que es lo mismo, sin un sistema de protección de la “propiedad privada”, no hay crecimiento posible, porque sólo una dinámica de negocios renovada y en expansión permanente, genera los empleos necesarios para que aumente el consumo, origen y razón de fondo del  crecimiento y desarrollo de los pueblos.

Ahora bien  ¿Tenemos nosotros, en Bolivia, algo que se parezca a una estructura productiva que pueda considerarse moderna? ¿Algo que consista en un orden de producción que funcione dentro de un marco jurídico liberal, esto es, proteja la propiedad privada, regule el comercio y los negocios con respeto de la idea de libertad individual y estimule un orden de competencia libre? ¿Tenemos, además, una estructura de instituciones (estatales y jurídicas) que garanticen el cumplimiento de las obligaciones contractuales, lo mismo que el respeto por las normas legales?

Sí, tenemos un orden así, o por lo menos lo estábamos construyendo hasta hace poco. Si miramos los ingresos nacionales, veremos que nuestra economía tiene una estructura productiva privada de mediano tamaño, que aporta buena parte de los ingresos nacionales; también un orden jurídico inspirado en la filosofía capitalista de producción, protector de la propiedad privada y de la idea de utilidad legítima, como un régimen (en los papeles) de gobierno democrático.

¿Pero entonces, si tenemos un orden de economía de mercado y un complejo institucional inspirado en la defensa de las libertades, por qué no hemos mejorado al ritmo de los otros países? Pues porque hoy está claro que tener normas de comercio abierto como instituciones políticas democráticas, no es suficiente; hay que tener además una cultura social que se sustente en la idea de responsabilidad individual, tanto como en la de libertad económica. Hay que tener, en otras palabras, una cierta coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Si miramos con cuidado lo que en verdad muestra nuestra sinuosa historia política inmediata, veremos que nosotros ignoramos absolutamente las razones profundas del desarrollo económico de los pueblos modernos; porque aunque está claro que no somos enemigos del sistema capitalista -aquí la propiedad privada como la idea de utilidad económica son parte de nuestra filosofía corriente de vida- no logramos organizar nuestra vida social en coherencia con esos valores. Esto porque en general tenemos una percepción distorsionada y disparatada de las cosas. No entendemos, por ejemplo, que un régimen político de libertades (como el que defienden las democracias representativas liberales exitosas) se sostiene sobre la idea de la responsabilidad propia. Es decir, que la responsabilidad de la vida del individuo recae más sobre sí mismo que sobre el Estado, y que eso constituye la verdadera fuerza de una sociedad, porque la gente asume que es el trabajo, más que la dádiva estatal o el subsidio gremial, el camino del éxito en la vida personal. El mal entendimiento de estas cosas es lo que nos lleva a aceptar como legítimas esas políticas abusivas de los gobiernos populistas que, a título de hacer justicia con los pobres, impiden a ciertos sectores exportar sus productos y permiten a otros vivir sin tributar, esto es, subsidiados en sus obligaciones para con la sociedad. O a pensar que los bloqueos de algunos sectores corporativos (que atentan contra un rosario de derechos de las personas) son recursos legítimos de reclamo. Vemos esos atentados a la libertad, al trabajo y a los derechos individuales como actos de justicia social, no como profundos errores económicos. Y ahí está el problema, porque no advertimos que nada más peligroso para el desarrollo que las maniobras demagógicas contra la libertad de trabajo y de comercio, nada más nocivo que atemorizar a la inversión irrespetando las leyes o la propiedad privada. Esa cultura de desprecio por los bienes y los derechos de los demás, es la causa profunda de nuestro subdesarrollo, la verdadera razón de nuestra miseria material. En el mundo de hoy no se es pobre por fatalidad o por designio de alguna potencia extranjera -esas tonterías no son ciertas- sino por decisión propia; el tiro entonces está en saber cuales son las buenas decisiones y cuáles las malas, y actuar en consecuencia, algo que nosotros no logramos hacer bien todavía, aparentemente.

Carlos Herrera Echazú.

Abogado

Enviado por el autor carlos Herrera [calinzell@hotmail.com]

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