Insólita legitimidad – LA PRENSA – 9.9.2010

El despojo de tierras —por el expediente de la fuerza, se entiende— sólo puede ocasionar confrontación incluso con derramamiento de sangre…

Por efectos de la fuerza bruta o de la desvergüenza, cosas hay, actitudes, en las diferentes ciudades y pueblos de nuestro país, que adquieren el carácter, y así se las consagra —pese a lo viciadas—, de la más absoluta y corriente legitimidad. No ingresan, desde ningún punto de vista, en los planos de la convivencia civilizada, no tienen ninguna correspondencia con normas escritas ni aportan para vivir en paz y bien, pero se alzan incólumes en medio de nuestras prácticas cotidianas, anulada la posibilidad incluso de mover un simple dedo en contra de ellas.

Esa legitimidad insólita rebasa, hay que remarcarlo, el ordenamiento jurídico con toda su vieja e insustancial papelería, y traspone fácilmente o más bien desconoce o anula el concepto de la autoridad constitucionalmente definido. Por decir algo, tenemos esos numerosos “mercados” en los que se compra y se vende, se hace, en fin, toda clase de transacciones, pero con cosas robadas, de una u otra forma malhabidas, nuevas, viejas y hasta flamantes. Y por supuesto, no a escondidas, sino a la diáfana luz del sol y hasta en presencia de guardianes del orden y de la seguridad e intereses públicos.

Tal auge han alcanzado estos centros de venta de cosas robadas que desde el oficinista hasta las amas de casa saben perfectamente que si algún artefacto precisan sin pérdida de tiempo y a precio más o menos accesible, es allí, a esos mercados abiertos sin reservas en puntos que son ampliamente conocidos, incluso por la propia fuerza pública, donde están al alcance del que ponga por delante los billetes.

A esa jugarreta insólita de la venta legitimada de cosas robadas se suma, con el auge del caso, la de la apropiación de las tierras, casi en igual proporción, las urbanas o las rurales. Basta una pizca de desvergüenza y otra de habilidad para arrastrar tras sí a los desocupados, a maleantes de diversa jaez, para tomar posesión de un predio sin más expediente que el del atropello de la ley y de la autoridad legítimamente constituida.

Puede ser cierto que aún queden latifundios improductivos, de terratenientes insensibles que tratan de especular con ellos. Mas, si tal fuese la situación, pues allí están las leyes y las autoridades del ramo para revertir las demasías y ponerlas a disposición de los más necesitados u obligar a los propietarios legítimos a construir en función del bien común.

Tenemos el caso de una propiedad en Coroico, Los Yungas, que hace muy pocas semanas ha sido invadida por “comunarios” que creyeron justo contar con una cancha de fútbol y no pestañearon cuando vieron necesario encenderle fuego a todo lo que allí quedaba de pie. Ni las autoridades locales ni las nacionales creyeron necesario intervenir en este despojo que deriva en un delito de lesa impunidad.

El despojo de tierras —por el expediente de la fuerza, se sobreentiende— sólo puede ocasionar confrontación violenta incluso con derramamiento de sangre, la propia y la de los detentadores insensibles. Dolorosas experiencias de esta jaez hemos vivido, y al parecer todavía podemos experimentar algunas más crueles aún.

Corresponde invocar sentimientos de humanidad y de necesaria justicia para avanzar en estos caminos endurecidos de la vida con la gracia de Dios y bajo el imperio de la ley y de la razón.

http://www.laprensa.com.bo/noticias/9-9-2010/noticias/09-09-2010_3698.php

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