Brasil crece; la Argentina se achica – LA NACION.ar (Editorial) – 29.5.2010

Nuestro país debe crecer y evitar las posturas proteccionistas para concretar la inevitable integración con nuestro vecino


Es difícil encontrar un país que haya interpretado y aprovechado la crisis que atraviesa la vida pública argentina con mayor velocidad e inteligencia que Brasil. No sólo su gobierno, sino también su empresariado.

La venta de varias importantes compañías argentinas a capitales brasileños es un signo, entre otros, del crecimiento de la importancia relativa de nuestro vecino frente a nuestras debilidades. El caso más reciente ha sido la adquisición del control del Banco Patagonia por parte del Banco do Brasil, equivalente allí a nuestro Banco Nación.

Antes se produjo la compra del conglomerado energético de Pérez Companc y Petrolera Santa Fe, realizada por Petrobras. También fue adquirido el control de Alpargatas por la que fuera su filial brasileña, Alpargatas São Paulo, una subsidiaria del grupo Camargo Correa. Este mismo holding brasileño adquirió Loma Negra, responsable de la mitad de la producción de cemento del país y dueña del ferrocarril Ferrosud. El grupo belga-brasileño InBev compró la Cervecería Quilmes y Belgo Mineira tomó el control de Acíndar. En la industria de la carne, Friboi compró Col Car, Swift y el ex CEPA, y Marfrig se quedó con Estancias del Sur, Maryí y Quickfood. En el sector textil se produjo la compra de Umbro Argentina por el Grupo Dass.

Estas son sólo algunas de las operaciones que muestran la expansión brasileña en la actividad productiva y comercial argentina. No se ha dado un proceso similar en el sentido inverso. Las inversiones de empresas argentinas en Brasil son muy escasas, a excepción de algunas grandes compañías de siembra que han demostrado una particular capacidad de exportar tecnología diferenciada.

El impulso de capitales y empresas brasileñas para invertir en el exterior tiene su paralelo en el crecimiento de la inversión extranjera directa en ese país. Actualmente, la que recibe Brasil cuadruplica la que recibe la Argentina, mientras que en la década del noventa la relación era sólo de una vez y media. La mayor interacción con el exterior permite la internacionalización del empresariado y una más fluida transferencia y absorción de tecnología. Ello, a su vez, es una de las razones del mayor potencial expansivo brasileño.

De lo primero que hay que cuidarse frente a este proceso es de las reacciones proteccionistas, xenófobas o nacionalistas que pueda inspirar, como la reciente prohibición de importar de Brasil productos que se fabrican en la Argentina, medida que generó una amenaza de nuestro vecino de adoptar similares medidas. De ahí el encuentro que, en el marco del Tercer Foro de la Alianza de Civilizaciones, realizado ayer en Río de Janeiro, mantuvo nuestra presidenta con el de Brasil, con la intención de evitar un enfrentamiento comercial. A su término, Cristina Kirchner afirmó que la relación entre las dos naciones es “más que buena” y que sirvió para “profundizar el intercambio comercial entre ambos países”.

Es posible que haya un sector de la sociedad argentina que contemple con dolor la superioridad de un país que, como Brasil, tenía una economía más pequeña que la Argentina hasta hace pocas décadas. Pero esa perspectiva sólo asegura que queden ocultas las razones profundas de este fenómeno de época.

Una de ellas es que Brasil atraviesa un momento estelar de su historia que le está otorgando una relevancia de alcance global. Una de sus manifestaciones es la rentabilidad de las empresas.

La vitalidad del sector empresario brasileño contrasta con los problemas que afectan a las empresas argentinas. Estas deben enfrentar la falta de financiamiento y la pequeñez del mercado de capitales, en particular luego de la estatización del sistema provisional.

Este marco se ensombrece, además, por la incertidumbre política y el pernicioso intervencionismo estatal. Estas desviaciones hacen que las empresas argentinas dejen de invertir e investigar y pierdan escala. Finalmente, muchas de ellas no resisten la globalización y terminan vendidas a fondos o empresas del exterior que, como las brasileñas, son más competitivas.

El resultado de este juego es paradójico: la desnacionalización se ve facilitada por las políticas de un gobierno que, como otros anteriores, sólo en la retórica rinden culto a la industria nacional.

Sería un error suponer que Brasil crece y la Argentina se achica nada más que por razones económicas.

Las claves de la evolución brasileña hay que buscarlas más allá de la economía y más allá del actual gobierno de Lula da Silva, que en todos sus éxitos es heredero del de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso. Conviene recordar las condiciones principales de esa diferencia entre ambos países.

Una de las más importantes es que los brasileños no han cedido a la identificación entre Estado y gobierno, tan habitual entre nosotros. El sector público en Brasil se mantiene al margen de las urgencias electorales de los partidos.

La manifestación más evidente de esta separación es la calidad de la diplomacia, que les permite a los brasileños moverse en la escena internacional con objetivos y conductas de largo plazo.

Esta separación entre el Estado y el gobierno permite la continuidad de las políticas centrales. Sin ella, habría sido imposible que el actual plan económico brasileño hubiera sido ejecutado ya por cinco administraciones, o que los hallazgos petroleros en aguas profundas sean el resultado de estudios que se iniciaron hace más de treinta años, durante el gobierno militar, y que jamás se interrumpieron, cualquiera que fuere el precio del crudo.

Seguramente, la calidad del empresariado brasileño encuentra apoyatura en un buen nivel de su universidad pública. Brasil se muestra más exigente y menos sujeto a los desbordes políticos e ideológicos de organizaciones de estudiantes y de docentes, que en la Argentina han contribuido a deteriorar la calidad de la enseñanza en todos los niveles.

Es particularmente en las etapas superiores de la educación en las que se difunde en toda la sociedad el valor que tiene la competencia y la superación profesional. La excelencia de su universidad pública se alcanza a través de un riguroso examen de ingreso que prioriza la calidad académica.

También Brasil ha dotado a su política de un mejor sistema electoral. No hay que olvidar nunca que el sistema electoral es la usina de la que surgen los gobiernos. Los brasileños lo han sacado hace ya tiempo de las manos del Poder Ejecutivo y lo han confiado a una justicia que hace gala de su independencia.

Estas características se explican unas a otras. Tal vez si se aislara cada una de ellas, no existiría sin las demás.

En estos días, en la Argentina se ha producido una circunstancia que demuestra el carácter sistémico de esa cultura pública del Brasil.

Es habitual elogiar, sobre todo en la Argentina, la autonomía y sentido estratégico del empresariado brasileño. Sin embargo, daría la impresión de que, fuera de las coordenadas virtuosas de su propio país, esos hombres de negocios no exhiben las mismas condiciones.

Hace pocos días, por ejemplo, los brasileños de Camargo Correa y Petrobras fueron los primeros en obedecer a las presiones del Gobierno para que abandonaran la Asociación Empresaria Argentina (AEA).

Las ventajas de Brasil no son, entonces, de carácter económico, ni tienen que ver con una superioridad de sus recursos humanos. Son características de orden institucional y político. Este es el plano en el cual Brasil debe interpelarnos. Es inevitable que lo haga, por la sencilla razón de que es un país inevitable para la Argentina.

Brasil es el principal destino de las exportaciones argentinas; le siguen China, Estados Unidos y Chile. La Argentina es el tercer origen de las importaciones brasileñas, siguiendo a Estados Unidos y China. La idea de una estrategia de contención para “frenar al gigante” en la que se fundan muchos discursos que circulan entre nosotros, no puede ser buena.

La única contención posible y saludable es el crecimiento de la Argentina removiendo las trabas que la paralizan y haciéndola confiable sobre la base de profundos cambios en el plano institucional y cultural. Tampoco puede ser una buena receta cierta pretensión brasileña de adquirir protagonismo global desdeñando la suerte de la región. Estamos condenados el uno al otro y, por lo tanto, el único destino posible es la integración.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1269623

Enviado por Arturo Bowles [arturobowles@cotas.com.bo]


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