Fukuyama, la pobreza y a distribución del ingreso – eldiarioexterior – 25.4.2010

Hay dos problemas fundamentales en las ideas del Dr. Fukuyama; sin embargo, los dos están ligados al énfasis que él le dio a la desigualdad en vez de dársela a la reducción de la pobreza.

Francis Fukuyama, autor de El Fin de la Historia y el Último Hombre, dio recientemente una conferencia en El Salvador en la que notó que la pobreza es alta en el país, que la distribución del ingreso es desigual y que el país no va a tener una democracia viable hasta que estos problemas se resuelvan. Como solución, el Dr. Fukuyama recomendó que el país hiciera un pacto que estableciera como objetivos la reversión de la desigualdad y la exclusión social.

Las ideas del Dr. Fukuyama fueron recibidas por mucha gente de una forma enormemente original, como la muestra de un cambio en la ideología de la derecha. En realidad no son nada originales, ni en la derecha ni en la izquierda. Hay dos problemas fundamentales en las ideas del Dr. Fukuyama; sin embargo, los dos están ligados al énfasis que él le dio a la desigualdad en vez de dársela a la reducción de la pobreza. Primero, él no dijo cómo se puede reducir la desigualdad en la distribución del ingreso. El sólo decir que debería hacerse lo puede hacer cualquiera, lo importante es saber cómo hacerlo.

Segundo, un momento de reflexión muestra que el objetivo principal debe ser reducir la pobreza, no la desigualdad, ya que en una alta proporción de las decisiones puede haber un conflicto entre estos dos objetivos. Supongamos que hay una economía en la que todos tienen el mismo ingreso (bajo pero igual para todos) obtenido, por ejemplo, recogiendo cocos y exportándolos. Imaginemos que entre la población sale alguien que decide poner un negocio para extraer el agua de los cocos y hacer una mezcla para bebidas, que puede vender con el triple de utilidades de las proporcionadas por los cocos, aun si paga a la gente el doble de los salarios que ahora están ganando. Este proyecto aumentaría la producción en el país, disminuiría sustancialmente la pobreza (los trabajadores ganarían el doble de lo que ganan ahora) pero empeorarían la distribución del ingreso, ya que el empresario ganaría el triple mientras que los trabajadores ganarían sólo el doble. Esto sería así en cualquier inversión en la que el inversionista y los gerentes ganen más que los obreros. ¿Deben detenerse las inversiones para que no se empeore la distribución del ingreso?

Hay gente que cree que aunque conceptualmente hay una clara diferencia, en la realidad establecer como objetivo nacional la eliminación de la disparidad de ingresos y la de establecerlo como la eliminación de la pobreza es lo mismo; y que atacar lo primero y defender lo segundo es hilar demasiado fino porque en la práctica los dos tienden a producir el mismo efecto. Tomar esta posición es ignorar las lecciones más importantes del siglo XX, en términos de desarrollo social. Es ignorar las lecciones que los tres fundadores del socialismo moderno -Felipe González de España, Tony Blair del Reino Unido y Deng-Xiaoping de China- enseñaron al mundo cuando transformaron el concepto de política social de una que generaba miseria en una que buscaba eliminar la pobreza.

La innovación de estos políticos de izquierda ha sido fundamental. Desde la época de Marx, el socialismo clásico (que en su época era el nombre de lo que ahora se llama comunismo) establecía como objetivo el lograr la igualdad de la riqueza y los ingresos. La única manera de lograr esto es que nadie tenga nada, lo que se logra con que el estado se vuelva el dueño de todos los medios de producción—es decir, de todo el capital.

La Unión Soviética, China, Vietnam, Cuba, y todos los países comunistas adoptaron este objetivo. El caso más dramático para ilustrar el costo de adoptar este objetivo y los beneficios de cambiarlo por el de reducir la pobreza lo da China. Durante la época de Mao, el ideal de la igualdad se buscó tan intensamente que hasta se uniformizó la ropa, con el mismo traje usado por todos los chinos (hombres, mujeres y niños). China no logró la igualdad total. A fines de los años setenta, el índice de desigualdad económica de China era 0,16 en el Índice Gini, en el que cero es la igualdad absoluta y uno es la desigualdad absoluta (una persona tiene todo y los demás nada). Pero llegar a un índice tan bajo (los países desarrollados, que son los más igualitarios, están entre 0,3 y 0,4) fue un logro para el gobierno comunista.

Pero el efecto de este logro fue devastador para el país. Como se observa en el Gráfico No. 1, difícilmente se puede ser más pobre de lo que era China en 1981, después de 30 años de buscar reducir la desigualdad con su régimen comunista. En 1981, el 97,8% de la población ganaba menos de 2,00 dólares diarios y el 84% menos de 1,25 dólares diarios, ambos niveles muy altos de pobreza.

Fue en esos años que Deng-Xiaoping lideró un grupo de reformadores en el Partido Comunista para cambiar el objetivo de la política económica y social de China, de buscar la igualdad a buscar la riqueza, es decir, la eliminación de la pobreza. Sus frases sencillas cambiaron la sicología de China: “La pobreza no es socialismo. Ser rico es glorioso”; “Que alguna gente se vuelva rica primero” (para liderar el crecimiento económico); “Cuando nuestros miles de estudiantes Chinos que están estudiando afuera regresen a China, ustedes verán cómo China se transformará”.

Siguiendo una de sus frases: “Hay que buscar la verdad en los hechos”, en los dos gráficos se puede observar lo que pasó con el cambio de objetivos. Primero, el Gráfico No. 1 muestra cómo el crecimiento de la economía se incrementó muy rápidamente. El estancamiento económico del comunismo había sido terrible. En 1961, el PIB por persona era de 552 dólares, idéntico al de 1913 (48 años antes). Este estancamiento en la miseria era el costo de tener como objetivo la igualdad de ingresos. Segundo, noté en el Gráfico No. 2 que la desigualdad de Gini aumentó sustancialmente, de 0,16 a 0,45 (para tener un orden de magnitudes, noté que el indicador de El Salvador es 0,49). Tercero, para el 2005, el porcentaje de la población con ingresos menores a 2,00 dólares diarios había caído de 98,7% a 36%, y con ingresos menores a 1,25 dólares diarios de 85,4% a 15,9%. Esto es el socialismo moderno, positivo.

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Deng-Xiaoping no fue el único líder socialista que se dio cuenta de que el socialismo de antaño, enfocado en reducir la desigualdad de ingresos sólo llevaba a la miseria. Felipe González en España y Tony Blair en Inglaterra abrieron el camino para el socialismo moderno, enfocándose en la creación de riqueza en la economía y en la inversión del capital humano en lo social. Creer que da lo mismo buscar la disminución de la desigualdad y la reducción de la pobreza, es no entender el papel fundamental que esos líderes mundiales jugaron en la modernización del socialismo. Es no entender la esencia del problema que ellos entendieron y resolvieron con tanta claridad.

Lo que se llama el milagro de China no es un milagro. Es el resultado de botar a la basura el objetivo que el país había perseguido por décadas de comunismo: eliminar la desigualdad de los ingresos -por uno mucho más racional-, reducir la pobreza y enriquecer al país. Que no vaya la derecha a cometer el error de adoptar un objetivo que no es racional y que los grandes líderes de la social democracia ya demostraron que sólo llevaba a la miseria.

Es obvio que sólo un envidioso preferiría seguir en la pobreza con tal de que nadie gane más que él o ella. Sólo un envidioso diría que China debería de haber parado las inversiones que han eliminado casi totalmente su pobreza porque como resultado de ellas algunos chinos se han hecho más ricos que otros.

Así, lo primero que tenemos que definir es que lo que queremos es disminuir la pobreza, no reducir la desigualdad. Inmediatamente después debemos encontrar una manera que reduzca la pobreza. Siendo la educación la fuente de toda riqueza, es claro que una de las acciones que debemos reforzar es la de dar a los pobres más acceso a mejor educación y salud. Este debería ser el objeto de un pacto como el que Fukuyama, al igual que muchos otros, ha propuesto para el país. El problema es que mientras la población se deje llevar por palabras populistas y evite pensar seriamente en las realidades del país, el análisis serio del problema del crecimiento no será sexy para los políticos. Si esto sigue así, la visita de Fukuyama a Latinoamérica se añadirá a la larga lista de visitantes que han notado que la región no está desarrollada, que hay pobreza, que la distribución del ingreso no es igualitaria, y que los latinoamericanos deberíamos hacer algo en este respecto. Cualquiera puede decir esto.
* El autor es Ex Ministro de Hacienda de El Salvador.
http://www.eldiarioexterior.com/articulo.asp?idarticulo=37966&accion=

1 comentario

  • By Willi Noack, 25 Abril 2010 @ 11:17 am

    Carlos Herrera (calinzell@hotmail.com) ha comentado:

    Todos aquellos que aspiran a ser dirigentes políticos en el futuro (si vamos a tomarlos en serio) deben entender mínimamente lo que aquí se sostiene. Este artículo hace claro que para que haya un efectivo desarrollo lo que importa es tener una idea clara sobre el “cómo”, además del deseo manifiesto de combatir el atraso. Saber bajo qué presupuestos políticos y morales se puede hacer el milagro del verdadero desarrollo, es el quid de la cuestión para nosotros.
    A propósito del tema, en política hay tiempos para seguir el consejo de las encuestas, pero hay también tiempos para propuestas que modifiquen el sentir y la opinión de los pueblos. Las encuestas reflejan el sentir (mas que la opinión) de los estratos mayoritarios, no son un parámetro de verdad ni una referencia intelectual sobre nada. Por eso nosostros precisamos de políticos con un buen bagaje cultural, porque la tarea hoy (mas que hacer demagogia para las masas) es formar bolivianos mas inteligentes (esto es, que entiendan mas y sean menos “vivos”) lo mismo que construir una sociedad mas abierta y equitativa, y menos proclive a que unos se aprovechen de otros mediante el recurso de la fuerza. Un saludo carlos.

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