LA LÓGICA DE LAS COSAS – Carlos Herrera E. – 28.10.2009

De la misma forma que les fue a los países socialistas europeos les irá a todos aquellos países latinoamericanos que hoy se inspiran en algunos de los postulados socialistas, es decir, creen que el Estado debe ser como un gran padre que haga justicia dirigiendo la economía y repartiendo los ingresos nacionales según la lógica de la justicia social -que nadie sabe bien cómo entenderla – y sin que importe en lo más mínimo la sostenibilidad ni el origen de esos ingresos.

Y les irá mal porque no entienden debidamente la verdadera lógica del mundo moderno.

¿Cuál es ésa lógica?

Comencemos diciendo que lo que mueve el inmenso organismo que son las sociedades actuales, lo que hace que se generen los negocios, el comercio, los inventos, las inversiones y en general aquella inmensa actividad productiva que caracteriza a las sociedades modernas, es nada mas ni nada menos que el interés personal, el deseo de acumular bienes, tanto como el deseo de alcanzar el reconocimiento social. La historia humana misma puede vincularse al deseo de poseer bienes y reputación o reconocimiento social, ya que casi todo los que los hombres han hecho gira en torno a esos dos deseos.

Por eso las ideas socialistas, que permanecieron ciegas a ésa realidad, fueron el mayor error filosófico del siglo pasado y, en consecuencia, no encontraron las razones filosóficas ni morales para fundamentar la legitimidad de la propiedad privada, que es una de las formas en la que se materializan esos deseos. Mas bien se pensó a ésta como la causa de fondo de la injusticia y la explotación humanas, cuando la realidad era que aquella responde también a una lógica absolutamente humana, como la de darle a la persona una garantía social, esto es, una certeza que la proteja de las agresiones y las interferencias externas sobre su vida, lo cual condice con el deseo natural de vivir con una cierta seguridad.

Y como era ciego (el socialismo) a la verdadera naturaleza de las cosas, pensó, muy en consonancia con el idealismo de entonces, que la realidad social, que las sociedades, se podían modelar de acuerdo a las ideas. Bastaba que unos brillantes y muy bien intencionados señores trazaran las líneas maestras del orden social que se aspiraba, para que el milagro se operara. En otras palabras, no vieron ni remotamente que para alcanzar sociedades desarrolladas, se debían construir sociedades que se inspiraran más en el reconocimiento del interés personal que en el sentimiento de solidaridad, porque en los actos de las personas el interés personal gravita infinitamente más que el sentimiento de solidaridad, es la fuerza que mueve toda voluntad humana. Tampoco entendieron que la solidaridad sólo es posible en sociedades ricas donde se acumulan excedentes, no en sociedades pobres donde falta todo. El altruismo y la solidaridad son sentimientos civilizados, el interés en cambio es un instinto básico, de supervivencia inmediata y por lo mismo infinitamente más poderoso.

Así, aquellos países que no entienden que para el buen desarrollo de las cosas es vital el respeto a la naturaleza real de las cosas están condenados a la pobreza y al fracaso. Y están condenados al fracaso porque lo que en verdad constituye la chispa de la inversión, esto es, que se desarrollen las fuerzas productivas de la nación -que son, a su vez, la que hacen posible el aumento de los ingresos y el consumo, que es en lo que consiste la diferencia entre ricos y pobres- es la seguridad y la confianza de que los bienes propios gozan de la protección de las leyes y del amparo del Estado y sus instituciones. Por eso también, cuando la filosofía con la que actúan los gobiernos hace énfasis más en la distribución y la política que en la generación de la riqueza, hay que ver las cosas con preocupación. En aquellos países donde prevalece la idea de que la riqueza y la acumulación privada es pecaminosa o se realiza a costa de la pobreza de algunos, la cosa siempre tiende a ir de mal en peor. Esto porque sin oferta productiva es imposible obtener las divisas con las que se financia el crecimiento de un país. Así fue que se comportaron los países socialistas en el pasado y aquello llevó a la quiebra a sus economías.

Su falta de objetividad los llevó a malinterpretar también cual la clave del éxito económico y empresarial. Pensaron equivocadamente que las fábricas y el empleo subvencionado eran la respuesta justa a la pobreza, sin advertir que lo que importa en el fondo es utilizar los recursos de una forma óptima, traducido esto en que se debe producir bienes y servicios con el menor costo posible y de la mayor calidad posible, si se quiere el favor del mercado, esto es, obtener buenas ganancias y permitir la sostenibilidad de los emprendimientos.

De haber actuado inspirados en esa filosofía (la del interés personal y el deseo de acumulación) hoy tendrían más ricos en sus sociedades y también más fábricas y mejores productos, lo mismo que empleos estables que se pagan a sí mismos. En otras palabras, hubieran combatido la pobreza de una forma infinitamente más exitosa que mediante la propaganda y la represión, que es la nota característica de los regímenes inspirados en la filosofía de la economía dirigida y la sabiduría infalible del Padre Estado.

Mucho ojo entonces con este asunto de la lógica natural de las cosas, porque la ilógica en estos asuntos es fatal. Y si no revisemos un poco la historia, sólo en aquellos países donde se reconoce la importancia de los mercados, se protege a la propiedad privada y se impulsa y consolida un orden de instituciones democráticas, el nivel de vida de la población ha subido. En cambio en aquellos donde se reprime la libre actividad de los mercados (con prohibiciones a la exportación, aranceles discriminatorios, subsidios de toda índole y gasto público irresponsable) la pobreza se ha agudizado enormemente. Venezuela es un caso típico del fracaso económico de la economía dirigida, un país donde un sector importante de la población vive de la mano del Estado (que le suelta migajas) y donde el otro a duras penas encuentra satisfacción a sus necesidades porque la actividad privada es pobrísima y vive reprimida por el Estado

Carlos Herrera E.  Abogado

Enviado por el autor Carlos Herrera [calinzell@hotmail.com]

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