LOS ENEMIGOS DEL PROGRESO – Carlos Herrera Echazú – 30.3.2010

Cuando la gente simple se refiere al liberalismo capitalista (que más que una doctrina política es un conjunto de ideas cuyo eje central consiste en el respeto a la libertad individual, control del poder político y economía de mercado) no suele ver otra cosa que la imagen mentirosa y distorsionada con la que sus enemigos lo describen.

¿Que dicen estos del liberalismo capitalista? Muchas cosas, pero principalmente que no hay peor enemigo para los pobres que aquella filosofía política. Según ellos, las ideas liberales tienen la responsabilidad de la pobreza de nuestros pueblos porque el orden económico creado por el capitalismo permite que unos exploten a otros basados en la fuerza de su capital, en su habilidad para producir bienes o servicios, o simplemente en la necesidad de sobrevivencia que tienen los pobres.

Según este peculiar entendimiento, el mercado -es decir, el ámbito donde el comercio se despliega- no es otra cosa que un espacio donde los más fuertes se comen despiadadamente a los más débiles, o donde se aprovechan de la necesidad ajena, de suerte que los únicos que prosperan son ellos, los dueños del gran capital, dejando a los más pequeños o a los pobres en la ruina más terrible. (Nunca dicen que el mercado,  además del mecanismo mas efectivo para la redistribución de los recursos, pues la gente gasta su dinero de acuerdo a sus mejores intereses y sin coacción alguna, es la mejor forma de fijar los precios de las cosas, porque esto deviene de la bendita competencia entre los productores, que procuran siempre mejores productos a más bajo costo para ganar en las ventas, algo que favorece directamente a quienes son la razón de ser del mercado, los consumidores).

Del anterior equívoco deducen también (ya muy de acuerdo con los intereses de los enemigos de la libertad) la idea de que el Estado sea quien ordene las cosas y ponga en el brete a esos empresarios antropófagos, que por causa de la injusticia inherente al funcionamiento del mercado, adquieren más poder y riqueza de la debida. Todo lo cual deriva también en la lógica que nadie mejor que el Estado como redistribuidor de la riqueza que una sociedad genera, ya que según ellos, la riqueza no es fruto del trabajo y el ingenio de las personas (algo que se crea y reproduce según la actividad de las personas, es decir, un asunto elástico) sino una constante que no se modifica y que pasa de mano en mano, por lo mismo de lo cual hay que evitar que se concentre en pocas manos.

Y entonces ¿Quienes son los enemigos del liberalismo capitalista? Pues todos aquellos que afirman que el Estado tiene como misión sagrada  dirigir a la sociedad, diciéndole a la gente cómo tiene que pensar, qué tiene que producir, cómo debe desenvolverse en su trabajo, etc. etc. ; sin advertir que nada es más perjudicial para el trabajo y la generación de riqueza (a la postre la única cosa que cambia las condiciones de vida de un pueblo) que las pautas dirigistas de un Estado lleno de burócratas que no entienden ni remotamente la importancia de fomentar un orden racional de cosas, es decir, un orden que premie el esfuerzo, el conocimiento  y la creatividad, más que el compadrerío y la amistad con el poder político.

En prueba de lo anterior solo hay que mirar el mapa mundial de la prosperidad y la pobreza. Veremos ahí que sólo los Estados dotados de pautas de organización que respetan el Estado de Derecho y los fundamentos liberales (igualdad ante la ley, responsabilidad propia, respeto por el derecho individual, límites al poder político, protección de la propiedad privada, respeto por los derechos de libertad, auténtica participación social en las decisiones políticas, mercados relativamente saludables es decir, sana competencia,  etc.) son los únicos que han tenido éxito en la formación de sociedades libres y prósperas.

Los otros, aquellos que no ven los mercados como generadores de riqueza, que no ven el poder político como institución de servicio sino de dirección omnímoda, nunca salen de la pobreza más lamentable. Ahí están muchos pueblos de Latinoamérica como ejemplo de lo que se dice, algunos que son ya un verdadero desastre y donde hasta los alimentos faltan, como en el caso de Cuba y Venezuela.

Bien miradas las cosas, lo que el último siglo enseña en materia de ideas políticas es que el entendimiento sobre el rol del Estado ha cambiado radicalmente, al punto que ahora sabemos que aquel no es la cabeza de la sociedad, es decir, no tiene que pensar por nosotros sino servir a nuestros deseos y nuestros valores, porque incluso aquellos que son nuestros representantes políticos (parlamentarios y autoridades políticas) solo deben tomar decisiones por nosotros en una forma limitada, e inspirada siempre –en los países auténticamente liberales- por la las ideas de libertad y respeto por los derechos de las personas.

El Estado entonces, es decir, la burocracia que maneja los poderes y las instituciones estatales, no son quienes para dictar las pautas morales e ideológicas. Su función es la de administrar el tejido institucional sin desvirtuar la legalidad democrática -nacida del respeto por los derechos individuales y por la libertad de las personas- no la de dictarla. Si entendemos entonces las cosas de un modo liberal, entenderemos que lo que hace posible el crecimiento es la mayor cantidad de libertad y autonomía posible, no la mayor intervención estatal en nuestras vidas. Es decir, sólo dentro de un marco jurídico que proteja la libertad y los derechos individuales se abona el terreno de la inversión y los negocios a gran escala, que es lo único que combate certeramente la pobreza. Entender las cosas desde el punto de vista liberal no es un pecado; es, más bien, la única forma de sacar al país de la ignorancia y la miseria en la que se debate. Es también la única forma de sacudirnos del corporativismo y las burocracias que, en colusión, han tomado el control de muchos de los Estados en Latinoamérica.

Carlos Herrera Echazú

Abogado.

Enviado por el autor carlos Herrera [calinzell@hotmail.com]

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