Urgente reacción contra la violencia – LOS TIEMPOS (Editorial) – 21.2.2010
La violencia, a través de muchas formas, está instalándose a nuestro alrededor. Nos estamos acostumbrando a convivir con ella, lo que no nos podemos permitir
Una de las características más notables de la Bolivia actual es que gran parte de la atención se concentra en la actividad política.
Los procesos electorales y referendos que desde hace años se suceden uno tras otro, los siempre activos movimientos sociales y un sinfín de formas como a diario se manifiestan las pugnas por el poder y por obtener beneficios del Estado acaparan el interés colectivo y eso ocasiona que muchos otros problemas, tan o más importantes que los políticos, pasen poco menos que desapercibidos.
Uno de ellos es la ola de violencia que con cada día que pasa crece y adquiere formas que por lo espantosas que son tendrían que activar todos los recursos defensivos de la sociedad. Pero lejos de ello, por lo frecuentes que son, se están volviendo parte de la normalidad cotidiana. Se diría que nos estamos acostumbrando a convivir con las peores formas de brutalidad y eso es algo ante lo que no cabe ninguna excusa.
Desde la violencia doméstica, cuya peor manifestación son los cientos de casos de violaciones de que son víctimas niños, niñas e incluso con no poca frecuencia infantes, hasta “ajusticiamientos” precedidos por torturas cuya crueldad tendría que estremecer hasta a los más insensibles espíritus, a diario se conocen informaciones que dan cuenta de los extremos de degradación humana a los que estamos llegando.
Lo peor de todo es que buena parte de esas aberraciones se cometen en nombre de la justicia, de ancestrales “usos y costumbres” y otros argumentos que contribuyen a darles un aspecto de legitimidad. Los linchamientos cometidos en nombre de una muy mal entendida “justicia comunitaria” son un ejemplo. La cantidad de personas que durante los últimos tiempos han sido quemadas o enterradas vivas, ahorcadas, flageladas y sometidas a diversas torturas hasta morir da cuenta de la magnitud que está adquiriendo el mal.
La aparición en el escenario delictivo de sicarios que ofrecen sus servicios para asesinar por encargo, lo que implica la existencia de quienes están dispuestos a contratarlos, es otra muestra del debilitamiento de los límites que en una sociedad sana hacen posible la convivencia civilizada.
El reciente caso de una familia campesina que recurrió a ese método para vengar una muerte supuestamente ocasionada por un maleficio es por demás ilustrativo. La anciana acusada de hechicería fue apuñalada y luego descuartizada por un individuo contratado para tal faena, tras lo cual no corrió mejor suerte, pues en nombre de la tan distorsionada “justicia comunitaria” fue sometido a feroces suplicios y a punto estuvo de ser también asesinado.
Y como si las muchas formas en que la violencia prolifera en la vida cotidiana de nuestra sociedad no fueran suficientes motivos de alarma, abundan los motivos para temer que tras ellas están cada vez más presentes otras actividades delictivas, como el narcotráfico, y las pugnas de intereses entre grupos, familias y hasta comunidades campesinas rivales.
Todo ello indica que ya no estamos ante un conjunto de casos aislados, sino de un fenómeno social y cultural que sólo puede ser afrontado exitosamente mediante una reacción colectiva proporcional al peligro que representa.
Fuente: http://www.lostiempos.com/diario/opiniones/editorial/20100221/urgente-reaccion-contra-la-violencia_58650_105395.html