UN CAMBIO QUE NO ES TAL – Carlos Herrera – 9.9.2009

Bien miradas las cosas, el tan pregonado cambio impulsado por el bolivarianismo (la nueva etiqueta de la izquierda autoritaria) con el argumento del fracaso de las democracias liberales en muchos países latinoamericanos, es un engaño monumental.

Lectura recomendada. Willi Noack

La realidad es que, superada la etapa de las dictaduras militares con la reposición de la democracia en los años ochenta, las políticas de apertura comercial y de economía de mercado que llegaron con aquellos gobiernos, levantaron un edificio jurídico e institucional que impulsó el crecimiento que luego sobrevino y que permitió un aumento notable de la clase media latinoamericana, si bien dejó pendientes los problemas de pobreza y desamparo en la que aún se encuentran millones de latinoamericanos.

¿Por qué no tuvieron más éxito las democracias liberales en el tema económico? Ya lo han dicho muchos intelectuales liberales, no hay economía de mercado que funcione sin un decidido apoyo a las libertades ciudadanas como a la institucionalidad democrática. No es posible hacer funcionar una economía abierta si el mercado es permanentemente interferido por decisiones caprichosas y demagógicas del poder político, lo mismo que si los poderes públicos no respetan las competencias que el principio de la separación de poderes en un régimen democrático les asigna. No decimos con esto que el Estado no puede jugar un rol importante en la economía, pero el mismo consiste en regular la sana competencia en los mercados impidiendo los monopolios o la competencia desleal, mas que en intervenir para direccionar la distribución de los recursos económicos con controles de precios, aranceles selectivos o impuestos que rompen con el principio de equidad, como ha sido la nota distintiva del capitalismo que hemos practicado desde mediados del siglo XX.

No hemos adelantado entonces más en la batalla económica porque en nuestra cultura los valores del respeto por la legalidad, por los derechos y las libertades personales, lo mismo que por la propiedad privada, aún no han sedimentado en una filosofía de vida. El mejor estímulo para la inversión y el desarrollo de los negocios viene del marco jurídico e institucional en que se desenvuelve un país. Si los contratos entre los privados tienen el amparo y la garantía de un poder judicial serio, si las reglas para la inversión a gran escala son claras, si el orden tributario es equitativo y estable, si la cultura que el país practica es la del respeto por la propiedad privada, si las autoridades actúan con respeto de las competencias propias y  ajenas, si la ley rige como asunto obligatorio para todos, entonces tenemos una tierra abonada para una economía de mercado. No persistir en la edificación de una sociedad como ésa, ha sido nuestro gran error histórico y la razón de fondo de nuestro parcial fracaso económico.

Sin embargo de lo cual hay que decir también, que al liberalismo democrático se deben el conglomerado de instituciones (leyes para la inversión extranjera, Sistema de Regulación Sectorial, Tribunal Constitucional, Consejo de la Judicatura etc.) que hicieron posible que la inversión foránea llegara a nuestros países en la medida en que lo hizo -gracias a lo cual los bolsillos de los Estados están hoy repletos- así como que ayudó también a que numerosos sectores de la población mejoraran sus ingresos y su calidad de su vida, lo mismo que un mayor respeto por sus derechos mas básicos.

El principal argumento que esgrime la izquierda latinoamericana en estos últimos años y que le ha servido para hacerse nuevamente del poder en muchos de nuestros países, es que las democracias liberales no han podido resolver los problemas de la pobreza y que más bien, por causa de ellas, se ha ampliado la brecha entre ricos y pobres. No es así. Es cierto que hay una minoría inmensamente rica y millones aún en la pobreza, pero también hay una nueva clase media que ha salido de la pobreza por causa de las políticas liberales, porque aquellas impulsaron la competencia y la inversión como no lo habían hecho antes los regímenes autoritarios, que sólo supieron ponerle trabas a la inversión a través de la protección a monopolios estatales o privados, con la demagógica afirmación de que se protegía la industria y los recursos nacionales, un engaño que ha tomado fuerza nuevamente.

Lo que define las políticas liberales o neoliberales es la generación de riqueza, es decir, a lo que apunta su filosofía es que los negocios entre privados aumenten y de esa forma la economía se dinamice. Pero para esto es indispensable la idea de respeto por el orden jurídico democrático, que se sustenta en la prevalencia del derecho individual sobre el colectivo, un asunto que no le cuaja a la izquierda porque hace prescindible su rol político de distribuidora de la riqueza.

El odio de la izquierda a las ideas liberales se funda en el temor al fracaso político. A la izquierda le importa poco la suerte de las mayorías empobrecidas. Su ambición mas importante es fortalecer el Estado, es decir, quiere una economía dependiente del Estado porque de esa forma se crea una base social que la sustente políticamente. En ningún país del mundo la calidad de vida de la mayoría nacional ha mejorado con políticas de intervencionismo o de estatización de la economía. Incluso las democracias liberales europeas que se inspiraron en la idea del Estado benefactor, tienen hoy serios problemas fiscales. Ahí están además Venezuela y Cuba,  ejemplos típicos de la ineficiencia y del descalabro de la economía dirigida.

Las empresas estatales pueden aportar al desarrollo (a condición de ser bien administradas)  pero lo que en verdad fortalece a un país es la capacidad de su sociedad para generar riqueza por sí misma. Así pues, el tan cacareado cambio que la izquierda pregona en Latinoamérica no es mas que la vuelta al peor de los pasados, a los tiempos en los que se luchaba para que la derecha cumpliera y respetara la legalidad y los derechos de las personas. A aquellos tiempos en los que la palabra Democracia era un simple slogan porque la derecha se reía de sus contenidos. Tiempos en los que sólo hacían negocios los que   sabían apegarse la falda de Estado, como único mérito empresarial.

Carlos Herrera  es Abogado

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