Las pautas de comportamiento de las clases dirigentes – H. C. F. Mansilla – 26.4.2012

H.C.F. Mansilla

Para los bolivianos que están en la cúspide del poder político o económico, el principio rector de todo su comportamiento grupal es muy simple: el hombre es el lobo del hombre, por ser inconfiable, taimado, consagrado a la ventaja personal y a las prácticas mafiosas. Este lobo contemporáneo no toma en consideración los derechos de sus conciudadanos. Por ello nadie cree ni confía en nadie. Este podría ser el tipo ideal de los componentes de las diversas élites bolivianas desde la fundación de la república. Durante la colonia esta constelación de valores normativos era fundamentalmente la misma. Los regímenes que intentaban el cambio radical ─ el socialismo militar, el nacionalismo revolucionario, el socialismo comunitario ─ no han podido o no han querido modificar las pautas normativas básicas de las clases dirigentes.

 

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero nuestros dirigentes lo hacen reiteradamente a lo largo de la vida… y no sufren merma perceptible de sus prerrogativas. Aprender, analizar, sopesar y sacar conclusiones de largo aliento no es el fuerte de nuestros políticos. Sus instintos no han sido canalizados en forma razonable por una reflexión que les muestre sus limitaciones a largo plazo y la necesidad de compromisos duraderos. Por su propio interés nuestros políticos deberían comprender algo del mundo contemporáneo para imaginarse más o menos a tiempo lo que puede ocurrir en Bolivia en las próximas décadas.

 

La mayoría de los políticos y empresarios es impermeable a razones históricas o a ejercicios de comparación internacional. Con pocas y honrosas excepciones muestran una total indiferencia a todo lo que esté vinculado, así sea lejanamente, con el horizonte de la cultura. Para ellos la historia no es la maestra de la vida. Las élites bolivianas no han desarrollado un comportamiento inteligente que englobe la posibilidad del éxito propio y simultáneamente la concesión temprana de demandas sustanciales en favor de otros sectores sociales. La sociedad en su conjunto no aparece en el horizonte de sus preocupaciones.

 

La regla normativa de las élites es la criticada por Alcides Arguedas: piensa mal y acertarás. Hay que actuar como si se hubiera sufrido cotidianamente una desilusión, un desengaño, que debe ser memorizado y comprendido. La actuación adecuada está dirigida a embaucar sistemáticamente al prójimo. Esto presupone un plan de estrategia instrumental para neutralizar los intentos de engaño que provienen de los otros. Pero los partidarios de la astucia irrestricta ─ en Bolivia y en cualquier parte ─ olvidan una dimensión fundamental de la problemática. El bienestar de la sociedad a largo plazo exige conocer a tiempo las connotaciones negativas de todo proceso, y por ello la sabiduría será siempre un bien superior a la astucia.

 

A las clases dirigentes les falta hoy no sólo la comprensión de este último argumento, sino también un arte de la vida, un modo de configurar la esfera cotidiana que sea razonable en sentido ético y estético. Los bolivianos se han consagrado sólo a la astucia y han dejado de lado la ética general. La clase empresarial no es básicamente diferente en sus valores de orientación. Muchos empresarios del presente, sobre todos los que han crecido a la sombra del poder, tienen la misma visión de la nación país que los políticos: el país representa el conjunto de recursos que puede y debe ser esquilmado lo más rápidamente posible. Muy temprano aprendieron a privatizar las ganancias y a socializar las pérdidas, lo cual hasta hoy no funciona sin un estrecho vínculo con el Estado.

 

Casi todos los sectores de la clase dirigente política carecen del elemento conservador de la aristocracia europea, que fue una estrategia de preservación de los propios privilegios, concebida para una larga perspectiva, para lo cual es necesaria la renuncia a algún “disfrute” del presente. Para conservar los privilegios actuales de los políticos en favor de sus propios descendientes, aconsejo cinco pautas de acción, que son de comprensión elemental y de ejecución relativamente simple: implementar pocas políticas públicas (pero efectivas y bien concebidas), escuchar con atención y humildad a la opinión pública,  mejorar algo el reclutamiento de los funcionarios estatales, abrir la boca después de pensarlo dos veces y robar con moderación y discreción. Ninguno de estos preceptos significa una moral puritana ni una renuncia a los goces profundos que entraña el poder político. Y están al alcance de élites mediocres como las nuestras.

Enviado a eforobolivia por el autor H. C. F. Mansilla [hcf_mansilla@yahoo.com]

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