El mecanismo de nuestras peleas – Fernando Molina – 4.3.2012)

Supongamos un conjunto de propietarios de tierra. Algunos de ellos tendrán, como es natural, parcelas más fértiles que las de los otros. Obtendrán, por tanto, mejores cosechas, lo que se traducirá en mayores ingresos. Este beneficio se deberá a su diferente “posición” respecto a (en este caso, “encima de”) un determinado recurso natural: tierra de mayor calidad. Aunque realicen el mismo trabajo que los demás (o incluso un poco menos), ganarán más que ellos. David Ricardo llamaba a este excedente o margen adicional: “renta”. La renta se distingue por esto, porque la genera la “posición” que aquél que la percibe ocupa en el territorio, la economía o la sociedad.

Al ser un beneficio “gratuito” es decir, relativamente independiente del trabajo, la renta es un poderoso “objeto del deseo”; todos los hombres quieren ocupar una “posición”, cualquiera sea ésta, con tal de que venga acompañada de una renta; todos son, al menos en potencia, “rentistas”. Sin embargo, esta inclinación general puede encontrar límites o en cambio verse facilitada en cada una de las sociedades históricas.

La Edad Media fue el tiempo “rentista” por excelencia: en ella las capas sociales superiores recibían tributos en dinero y especie de las capas inferiores, y la vida entera de las personas estaba determinada por la posición que ocupaban al nacer, sin importar casi su laboriosidad o inteligencia. Por eso las revoluciones “burguesas” de los siglos XVII-XIX fueron, esencialmente, revoluciones contra el “rentismo” medieval, que impedía al avance de la industria, es decir, de una forma de producción menos dependiente de los recursos naturales y en la que, en consecuencia, la “posición” contaba menos que la cantidad de trabajo y la creatividad. Marx saludó la nueva sociedad a la que estas revoluciones dieron lugar, en la que por primera vez el rendimiento valía más que los privilegios de sangre.

El “rentismo” sigue existiendo en las sociedades contemporáneas, si bien en algunas más que en otras. En la nuestra es directamente determinante. La fortuna y el éxito de las personas depende aquí menos de su trabajo creativo que del esfuerzo que realizan para “ocupar una determinada posición”. Esto explica una gran cantidad de comportamientos sociales que de otra forma resultarían oscuros: Desde la “empleomanía” o lucha por una “posición” remunerada en el Estado, hasta la desesperación de las personas comunes por conseguir las mejores “posiciones” (y, por tanto, sacar de ellas a los demás) en las filas de compra, los trámites, las calles abarrotadas de automóviles.

La exasperante costumbre que tienen los conductores de bloquear las encrucijadas entrando en ellas aunque la calle a la que se dirigen ulteriormente se halle completamente llena, y entonces no puedan pasar y terminen impidiendo el tráfico que viene en otra dirección; esta costumbre no se explica solamente por la falta de educación vial, como a veces se dice, sino también por la congénita ansiedad que sufrimos los bolivianos: la ansiedad de no perder ni compartir nuestra “posición” (de ahí la tensión y las disputas que se producen en cualquier cola).

Sin esta clave explicativa no podríamos comprender los conflictos sociales que se suceden en estos días. Por ejemplo, la pelea a puñetazos, el último día de Alasita, entre los vendedores “oficiales”, que no querían que nadie más accediera a la feria (y que suelen resistir una redistribución de la “posición” que tienen en ésta), y los vendedores ambulantes que se acercaron allí para tratar de ocupar una mejor “posición” comercial que les permitiera obtener algunos ingresos extra.

O el diferendo entre Tarija y Chuquisaca por la “posición” del yacimiento Margarita fuera o dentro de sus respectivos territorios, que es clave porque, como se sabe, la renta que recibe cada boliviano depende de la ubicación geográfica de éste respecto a los bolsones subterráneos de gas (es decir, una vez más, de su “posición”).

Incluso la grotesca movilización de los discapacitados puede explicarse en estos términos. Una sociedad “rentista” es menos productiva y más ineficiente, y por eso más pobre, debido a que su población usa sus energías para tomar nuevas “posiciones” y, simultáneamente, impedir que las “posiciones” que ya ocupa resulten amenazadas por cualquier clase de competencia.

Éste es, con exactitud, el mecanismo que explica nuestras peleas y, en consecuencia, nuestros fracasos.

Enviado por ovidio roca avila [ovidroc@hotmail.com]

 

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