DALE BLOOMING, ¡DALE! o LA PARADÓJAS DEL FÚTBOL – José Kreidler Guillaux – 15.10.2011

Pues bien, podríamos seguir realizando análisis de este fenómeno, pero quiero terminar con algo que considero en extremo importante: la responsabilidad de dirigentes y jugadores. Ya es tiempo que los principales protagonistas de este deporte reaccionen y se den cuenta que en el fondo y en realidad están jugando con los estados de ánimo de una inmensa masa social, que los éxitos deportivos se reflejan en el optimismo colectivo, en el orgullo de formar parte no solo de un club, sino también de una ciudad, de una región, de un país.

Que el fútbol es pasión de multitudes, nadie lo niega. Que chicos y grandes, pobres y ricos, hombres y mujeres lo vive, vibran, comentan, cantan, lloran, nadie lo niega. Pero, y a pesar de que todos creen saber mucho de fútbol, a pesar de que todos creen tener la razón de porqué ganó o perdió un equipo, casi nadie sabe quien lo maneja y cómo se maneja.

Veamos primero que es el fenómeno futbolístico:

a) Es un fenómeno de confluencia social. Es notable ver cómo desaparecen las clases sociales en un estadio, salvedad hecha del lugar que uno ocupa en las tribunas. Todos, moros y cristianos gritan a voz en cuello un gol, un faul malintencionado, cuando el árbitro cobra o cuando no cobra un penalti. Y vestidos con las camisetas de sus equipos y envueltos en sus banderas y con las caras pintadas como los Pieles Rojas en tiempo de guerra, todos, por 90 minutos forman parte del mismo conglomerado social. Es como si derrepente y por ese instante, todos formaran parte de una misma sociedad sin distinción de clases, credos ni partidos políticos. ¡Todos somos camaradas! ¡Todos solidarios! ¡Todos insuflamos coraje, valentía, garra, pundonor, entrega máxima, esfuerzo límite! Y cómo no quisiéramos abalanzarnos hasta la cancha y jugar también, ¡ayudar, contribuir! Todo, repito, mientras se juega el partido.

b) Directamente relacionado con lo anterior, está histeria colectiva, la valentía que proporciona el grupo, el anonimato. Y es ahí donde se producen los desmanes, las peleas grupales entre hinchas sin que medie aparentemente ningún agravio personal o inferido al club. Y eso deriva eventualmente en actos vandálicos no pueden no ser otra cosa que el deseo de saciar el ansia destructiva que se aloja en lo profundo del ser humano y que permanece adormecido hasta que un acontecimiento de multitudes que proporciona al individuo una fuerza devastadora lo arroja a cometer tropelías que, en situaciones normales sería impensable. A eso siempre he llamado “el síndrome de las tribunas”.

c) Y derivado también de lo primero, tenemos el fenómeno de sentirse profundamente comprometido con el éxito o con la derrota. Si gana nuestro equipo, nos sentimos superhombres, exitosos, si pierde, nos sentimos desolados, disminuidos, avergonzados, y si esos fenómenos se dan con regularidad o se convierten en la norma, en habitual, entonces adoptamos una mentalidad y actitud optimista o pesimista con relación a nuestro trabajo, a nuestra colectividad, a nuestro país.

d) Y hay otros fenómenos también, la de los dirigentes que se entregan con una dedicación (energía humana) que si fuera puesta a disposición de una empresa productiva, ésta tendría un éxito asegurado. Contribuyen económicamente, sirven como garantes, empeñan sus bienes y los pierden muchas veces. Dedican innumerables horas del día, la noche, los 7 días de la semana y las 52 semanas del año a un apostolado que nunca será adecuada y oportunamente reconocido, sin chistar. Y es más: ¡hacen costosas campañas para tener semejante privilegio!

 

e) Podríamos también catalogar a los empresarios, los inversionistas en pases de jugadores que probablemente sean los que se llevan la parte del león en este asunto. Esta actividad económica está alcanzando niveles no imaginados solo un tiempo atrás. Y nadie lo para, sigue para arriba, cada tanto se baten nuevos récords de valor de la venta del pase de un jugador. El negocio ahora es multimillonario y multinacional.

f) Otro fenómeno difícil de explicar es el proceso de selección del equipo preferido, el motivo por el cual, personas de la misma familia, del mismo entorno social, del mismo lugar de trabajo se convierten en fervorosos defensores de clubes rivales. Por supuesto que los éxitos deportivos de un equipo siempre van a favorecer a que la gente se apegue a ellos, se cobije en ellos y por ende pasa a formar parte de un grupo optimista sin que para ello medien méritos propios. Eso no cuenta en ningún momento, pero la persona siente que su aliento es fundamental para el éxito de su equipo. Pero hasta ahora nadie se ha explicado el mecanismo psicológico de una persona que se aferra al equipo que es un perdedor consuetudinario, que siempre está defendiendo con uñas y dientes el descenso de categoría o que descendió y que es acompañado en días y horarios extraños a sus partidos de segunda o tercera.

Pues bien, podríamos seguir realizando análisis de este fenómeno, pero quiero terminar con algo que considero en extremo importante: la responsabilidad de dirigentes y jugadores. Ya es tiempo que los principales protagonistas de este deporte reaccionen y se den cuenta que en el fondo y en realidad están jugando con los estados de ánimo de una inmensa masa social, que los éxitos deportivos se reflejan en el optimismo colectivo, en el orgullo de formar parte no solo de un club, sino también de una ciudad, de una región, de un país. Todo esto parece una verdad de perogrullo, sin embargo no por el hecho que ese conocimiento flote en el aire, signifique que estos actores hayan tomado verdadera conciencia de esta gran responsabilidad. ¿Acaso no se han dado cuenta de la cuasi idolatría a los héroes vencedores? ¿Acaso no se han dado cuenta de la diferencia entre salir a las calles y plazas bailando, cantando, saltando, gozando los éxitos de una selección nacional y la terrible tristeza, desolación y sentimiento derrotista que conlleva un fracaso? Nadie, pero nadie tiene el derecho de manejar irresponsablemente estos sentimientos.

Y mientras llega esta toma de conciencia, nosotros seguiremos diciendo de manera espontánea pero cándida: ¡Dale Blooming, dale! ¡Dale Oriente campeón! ¡Tigre, Tigre! ¡Bobobo lilili Bolivia!

José Kreidler Guillaux

Rio de Janeiro, junio 2000

 

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