Corrupción, un mal reincidente – 28.08.2011

Ciro Añez Núñez

El 25 de agosto del 2011, el Fiscal General del Estado, Mario Uribe, dio a conocer que “aproximadamente 50 fiscales son procesados en todo Bolivia por diversos motivos, entre ellos por hechos de corrupción”.

En esa misma semana, coincidentemente los medios televisivos informaban sobre la audiencia cautelar de una juez de la ciudad de La Paz por la presunta comisión del delito de prevaricato.

El Fiscal General del Estado señaló que esperaba que “los asambleístas nacionales tomen en cuenta la propuesta de Ley del Ministerio Público para contar con una Ley moldeable y versátil que se acomode a las exigencias del trabajo y sus exigencias y no una Ley que ponga una camisa de fuerza a las autoridades del Ministerio Público”. Manifestó también que “el Ministerio Público necesita adecuar sus actos a la realidad política, social y jurídica del país para tener una administración de justicia, especialmente en lo penal, que sea respetable y oportuna”.

Cabe preguntarnos: ¿Es realmente cierto que mediante leyes se podrá combatir de mejor manera a la corrupción hasta erradicarla?.


Por mi parte, tengo mis serias dudas al respecto, pues considero que el problema de la corrupción no es tan sencillo como se lo plantea; por el contrario es más profundo de lo que parece y vivir esperanzados en la promulgación de nuevas leyes como si éstas fueran una varita mágica no considero que sea la salida a todos los problemas de corruptela.

Todos nosotros, como personas naturales, somos seres de hábitos. Los hábitos son considerados como piezas que estructuran el comportamiento social. Esta situación se debe a que nuestros pensamientos generan una acción, nuestras acciones se transforman en hábitos y finalmente nuestros hábitos constituyen un estilo de vida.

En ese sentido, la lucha contra la corrupción no debe radicar únicamente en atacar los actos de corrupción ni en potenciar las instituciones públicas, sino también en “cultivar buenos hábitos basados en principios y valores”; y, esto ocurre cuando la enseñanza del precepto va acompañada con el ejemplo.

Nuestra vida se basa en el principio de la siembra y la cosecha porque vivimos en un mundo de causa y efecto. Muy a menudo sembramos semillas en la vida sin pensar qué nos traerá esto de cosecha. Los hábitos son el resultado de la cosecha de las semillas de pensamientos sembrados en nuestra mente.

Muchas de las experiencias de la infancia son la semilla que produce lo que ahora somos. Es decir nos transformamos en la persona que somos hoy, basados en la semilla que se sembró en nosotros. De tal manera, que si alguien es criado en un ambiente donde sólo se refleja cosas corruptas, cuando éste adquiera mayoría de edad, tendrá la tendencia de moverse hacia las cosas corruptas; a no ser que esté dispuesto a romper esa cadena que le trasmitieron por generaciones.

Es frecuente en nuestra naturaleza humana buscar responsables externos sin asumir la cuota de responsabilidad como estrato social.

Debemos entender que cuando la corrupción (hábito de transitar a través de los atajos) llega a enraizarse en una sociedad, ésta se convierte en un estilo de vida, que también lleva por nombre doctrinal estado de corrupción o sistema institucionalizado de corrupción. Por lo tanto, una sociedad que posea dicho estilo de vida, no debiera extrañarse de los frutos que produce.

Bajo esta óptica, para que una sociedad pueda cambiar de estilo de vida, es necesario que los ciudadanos cambien de mentalidad. Debemos darnos cuenta, ¿qué es lo que en realidad estamos haciendo?; y, posteriormente entender que si seguimos haciendo lo mismo por años obviamente conseguiremos el mismo resultado y lo que es peor agravándose en la medida en que la sociedad se desarrolla.

Es hora de hacer las cosas diferentes para obtener un resultado diferente, lo cual derivará en un cambio de hábitos. Por lo tanto, simplemente viendo nuestros hábitos, somos capaces de predecir nuestro futuro.

En ese sentido, cuando nos damos cuenta que nuestros hábitos son dañinos y perniciosos para alcanzar lo que añoramos (calidad de vida), no debemos olvidarnos que tenemos la capacidad de re-direccionarlos de mejor manera, adquiriendo buenos hábitos que lleven al fin buscado.

Cuando James Heckman, premio Nobel de economía (año 2000), basado en un panorama económico, sugiere que se invierta en educación preescolar, esta propuesta también resulta acertada si deseamos inculcar principios y valores en la sociedad, la cual debe empezar en la familia y en la educación convencional preescolar, porque lo que pasa en la niñez lo recordaremos siempre, debido a que en esa edad se tiene la mente más impresionable de todas las etapas psicobiológicas del ser humano.

Las experiencias de la infancia gravitan en el futuro, pues es el enganche que posteriormente forma la manera de ver la vida.

Es por este motivo que existen diferentes percepciones sobre la vida, algunos la ven de manera pesimista, con resentimiento, egoísmo y envidia hacia los demás (siempre creen que son víctimas de los demás); mientras otros son optimistas y emprendedores.

Cuando una generación o una sociedad, se encuentran atorada en algo urge un cambio de mentalidad.

Como bien sabemos, Bolivia lleva por muchos años atorada con el problema de la corrupción; por lo tanto, amerita detenernos y pensar ¿qué estamos haciendo contra este mal?. ¿Seguimos haciendo lo mismo que hicimos en el pasado?; y, aún así, ¿realmente creemos que las cosas van a cambiar?. Si antes no funcionó, ¿por qué ahora creemos que sí van a funcionar?. ¿Qué lo hace diferente?.

Albert Einstein, dijo: “Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes”.

Actualmente, ya no es necesario ser el científico más importante del siglo, para darse cuenta de esta realidad.

Por lo tanto, no se cambia a una sociedad por decreto ni promulgando muchas leyes ni dictando sentencias. En otras palabras, no se encuentra en los tiempos de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial el cambio de la sociedad, sino que se encuentra principalmente en el tiempo y en el rol de los padres.

Si realmente nos interesan nuestros hijos debiera importarnos su futuro. Para ello, es menester arrancar aquellos malos hábitos que vienen arrastrándose por generaciones, entre ellas la ausencia de ejemplo y el aislamiento, que se resume con la siguiente frase: “haz lo que digo, no lo que hago”.

El derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus propias convicciones, se encuentra previsto en el art. 88-II de la Constitución; mismo que también se encuentra garantizado por diversos Tratados Internacionales sobre Derechos Humanos (Ej.: artículo 13 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño; y, artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos) a los que se ha dotado de jerarquía constitucional (art. 410-II de la Constitución). En otras palabras, se garantiza el derecho a elegir el propio plan de vida familiar, siempre que con ello no se ofenda el orden y la moral pública o cause daño a terceros. Por lo tanto, el Estado tiene la obligatoriedad de cumplir el principio de neutralidad ideológica, es decir carente de adoctrinamiento, porque su labor debe estar enfocada únicamente a garantizar el derecho de acceso a la educación (obligación de la escolaridad).

En ese sentido, es lógico que cada persona tenga su propia convicción; sin embargo, existen ciertas convicciones que es menester tenerlas como comunes; entre éstas, comprender que es responsabilidad de los padres involucrarse en la vida de los hijos y por lo tanto, la prioridad debe enfocarse en la educación y en la salud; éste último, entendido como un estado de completo bienestar, físico, mental y social.

Los padres finalmente deben asumir la responsabilidad por lo que pasa en la sociedad, es decir son responsables de cómo es la sociedad a la que pertenecen; y, por ende deben cambiar de mentalidad (cambiar de microchip mental), dejando de lado aquel punto de vista de vivir siempre esperanzados en una supuesta paternidad del Estado.

Convengamos que el asunto de la corrupción no es un problema únicamente de los gobernantes y autoridades. Los seres humanos somos propensos a distraemos y perdernos en las ramas, olvidándonos que los gobernantes y las autoridades son un producto de la sociedad, aunque ello no los excluye de su corresponsabilidad permisiva o activa.

Preguntémonos ¿Alguna vez hemos hecho un inventario de nuestros hábitos?. Debemos tomar tiempo de calidad para evaluar nuestra situación actual y asegurarnos que los hábitos que hemos permitido que tomen lugar en nuestra vida, en verdad, nos estén llevando en la dirección correcta. Debemos asegurarnos que los hábitos que tenemos para pensar y para tomar decisiones son preactivos y reactivos a los procesos de la vida.

Los mejores hábitos son los que están constantemente examinados por mentes activas. El ser activo, de mente abierta es esencial para construir buenos hábitos. Los malos hábitos se desarrollan en la pereza mental y el egoísmo.

Como bien sabemos, los seres humanos no somos perfectos pero al menos debemos buscar lo que es bueno para nuestra vida.

1 comentario

  • By luis fernando cuellar camargo, 29 Agosto 2011 @ 9:40 am

    Estimado doc: loable el abordaje desde lo juridico y familiar, me parece acertado en cuanto a los criterios que expresa, mas la corrupcion se puede frenar cuando existe un amor por el pais algo que desarrollaron los brasileros con ellos mismos. Me apunto al cambio de valores eso significaria un gran avance
    atte.
    Luis Fernando

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