Las flatulencias de la Pachamama – Ismael Serrate Cuéllar – 3.11.2004

Las flatulencias de la Pachamama

 

Ismael Serrate Cuéllar

 

 

Nuevamente hago referencia a una expresión de Manfredo Kempff en esta columna. Eso se debe a que me contaron una fábula inacabada que me hizo recordar algo que él escribió hace meses. La historia ocurre en el mundo animal, en la región latina.

 

Cuenta la leyenda que el día en que el águila se comió al oso decadente transformado en perico, y el muro cayó con un simple estornudo de jóvenes palomas, el pequeño barbudo que vive cerca de su nido se quedó solo y sin apoyo. El águila, reina exclusiva del mundo animal, se dedicó a consolidar espacios alejados y descuidó las cercanías de sus montañas. Ese periodo fue aprovechado por el barbudo, conocido por su odio hacía las grandes aves, para recuperar algunas garras, y con ellas, intentar reconstruir al oso, parte por parte, cual moderno Frankenstein latino.

 

Poco a poco comenzó el trabajo. Primero, necesitaba quien se encargue de recaudar los recursos necesarios para su proyecto. Un científico no puede dedicarse a cosas prosaicas. Encontró un soldado medio loco, que había logrado el comando de un regimiento algo desorganizado, pero con una alcancía gigantesca, y lo nombró su tesorero. Posteriormente, incorporó como auxiliares a unos comerciantes que habían sido atacados duramente por aves amigas del águila, cuando ésta los encontró vendiendo unos polvos raros a sus polluelos. Con el financiamiento asegurado y los auxiliares listos, comenzó a buscar las partes del cuerpo que pensaba revivir. Con mucha paciencia, el barbudo fue consiguiendo miembros de animales que habían sufrido durante la última crisis del reino, juntando pedazos y costurando el ensamble monstruoso que le permitiría recuperar el sueño perdido.

 

Sin embargo, faltaba un elemento importante. Donde conseguir el sitio para revivir al oso. Donde tendría mejores condiciones para dar vida al ser que tanto había amado. Los comerciantes de polvos le dijeron que tenían un amigo proveedor de materia prima que vivía en un lugar alejado, con altas montañas y grandes planicies, rico en energía y con posibilidades de transformarse en un santuario para los planes que estaban desarrollando. El único problema, decían los auxiliares, era que el proveedor amigo no podía controlar totalmente el lugar y necesitaba ayuda para consolidarse. El pavo real, administrador del lugar y aliado del proveedor, difícilmente aceptaría el proyecto. Además, se había encontrado gas bajo tierra que podría ayudar a dar felicidad a los habitantes del lugar, complicando las ambiciones del proveedor. Después de escuchar con atención, el barbudo, el soldado y los comerciantes decidieron apoyar al proveedor de materia prima en sus deseos de poder.

Para controlar el lugar, tenían que provocar situaciones que imposibiliten la extracción de los recursos bajo tierra. De esa manera, sus habitantes seguirían siendo pobres y serían más fácilmente controlados. Hábilmente lograron transformar el gas en flatulencias, haciendo que los habitantes se acusen unos a otros por el desastre. Muchos comenzaron a exigir que las flatulencias queden enterradas para siempre, para preservar el olfato del pueblo. El pavo real se complicaba cada vez más, porque no se animaba a contarle al pueblo lo que realmente estaba pasando.

 

¿Cómo resolver el embrollo? ¿Logrará el barbudo revivir al oso? ¿Qué hará el pavo real? ¿Se enojará el águila? ¿Seguirá el soldado invirtiendo su dinero en el proyecto? ¿Logrará el proveedor de materia prima controlar el lugar? ¿Podrán los habitantes volver a transformar las flatulencias en gas? Solo el tiempo tiene respuestas.

 

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