La cultura de la dádiva — Ismael Serrate Cuéllar — 04.10.2004

La cultura de la dádiva

 

Ismael Serrate Cuéllar

 

El historiador García Hamilton ofreció una conferencia hace poco en Santa Cruz, donde comentó que una de las causas del atraso de la Argentina era la cultura de la dádiva. Indicó el escritor que a principios del siglo XX se comenzó a cambiar una cultura de “paz y trabajo”, postulada por Alberdi en el siglo anterior, por nuevos paradigmas, como el del militar que muere pobre (San Martín y Belgrano); el del gaucho pobre que se hace violento (Martín Fierro) o el de la víctima que convierte el fracaso en virtud, la mendicidad en derecho y la violencia en recurso contra el sistema. Todos esas ideas promueven la inacción, ya que los otros (FMI, Banco Mundial, empresas petroleras, políticos, países vecinos) son los culpables de nuestros males y, por tanto, los que deben solucionarlos. Esa lógica transformó, en menos de 50 años, a uno de los países más prósperos del planeta en el mayor deudor de la actualidad.

 

Se cambió trabajo por dádiva como paradigma. Alguien tiene que resolver mi problema. Quiero más recursos del estado para tal o cual cosa. Si no me pavimentan el barrio, bloqueo avenidas. Quiero mil tractores para mecanizar el agro. Jubilación a los 47 años. Más ítems para salud. Más regalías. Más presupuesto para la universidad. Más y más (sin ninguna alusión partidaria). Ninguno de los planteos dice quién pone los recursos. El Estado, ese ente abstracto con el cual pareciera que no tenemos ningún tipo de relación, las transnacionales, los organismos internacionales o los gringos tienen la obligación de darme lo que me corresponde por derecho. Por ser pobre.

 

La dádiva no incentiva la responsabilidad en las personas o en la sociedad. Es el instrumento que utilizan los caudillos, centralistas todos, para comprar tiempo y permanencia en el poder. Es muy distinta a la cultura desarrollada, por ejemplo, en las colonias inglesas de lo que hoy es Estados Unidos, donde los conceptos de autonomía, responsabilidad, institucionalidad y cumplimiento de leyes generaron el poderío del imperio. O, guardadas las proporciones, a la cultura cruceña desarrollada por nuestros padres, que construyeron una región próspera sobre base similar. Santa Cruz se desarrolló el día que tomó la decisión de luchar por y para sí, como dirían los marxistas. Las regalías se tenían que invertir (sembrar, se decía) para que se reproduzcan. No se podían gastar. Por eso nosotros siempre tuvimos el costo de vida y los servicios públicos más caros del país. Nuestros padres no querían dádivas. Querían excedentes. Querían trabajo. Y trabajo en paz.

 

Esa realidad era muy distinta de la altiplánica. Las luchas en la otra Bolivia eran por la pulpería subvencionada. Por el dólar barato para importar más barato aún. Por las dádivas del estado. Por eso tuvimos y seguimos teniendo caudillos nacionales. ¿Quiénes fueron los caudillos cruceños? Con excepción del intento de Morón, que operaba con esa lógica, nuestros padres optaron por crear instituciones fuertes, sin caudillos, con líderes remplazados periódicamente. Algunos buenos, otros malos, con virtudes y defectos.

 

La lucha por autonomía es la oportunidad para que volvamos a la cultura del trabajo. La autonomía tiene que costarnos. No podemos luchar por ella pensando que resolverá nuestros problemas de forma automática. La autonomía solamente nos permitirá que trabajemos sin que la rosca burocrático feudal se quede con el fruto de nuestro esfuerzo. De la pobreza no saldremos por obra y gracia del Espíritu Santo o de alguien que nos regale el bien estar. Saldremos con mucho trabajo, mejorando instituciones, manteniendo reglas estables en el tiempo y, fundamentalmente, sin esperar dádivas.

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