Un presidente y la brújula — Ismael Serrate Cuéllar — 7.6.2004

Un presidente y la brújula

 

Ismael Serrate Cuéllar

 

 

Era una vez un país enclavado en el corazón de América, en vías de africanizarse, al mejor estilo de Burundanga. Después de semanas de conflictos internos que culminaron con varios muertos y más heridos, la economía paralizada y el desempleo creciente, el presidente, un buen hombre querido y respetado por más de 70% de sus súbditos, decide convocar a su gabinete para recibir un informe de la situación y tomar decisiones para el bien nacional.

 

En primer lugar, el ministro de Economía indicó que no entendía porque las inversiones habían caído al nivel más bajo de los últimos 10 años, si la mayoría de la población confiaba en su presidente. El déficit fiscal se resistía a ser controlado, como gato panza arriba, porque cada acuerdo político logrado incrementaba el gasto. El sistema bancario se achicaba cada vez más y las tasas de interés comenzaban a subir. Felizmente, las exportaciones agrícolas estaban en el auge, lo que evitaba que los productores se preocupen por el riesgo de toma de tierras.

 

Después pidió la palabra el ministro de Petróleo. En primer lugar, solicitó que se publicité un poco más su nombre, porque nadie lo llamaba y él suponía que era porque el pueblo no se había enterado del quinto cambio de ministro en tres meses. Como nadie lo llamaba, tampoco tenía mucho que informar.

 

Cuando los ministros del área social debían presentar su resumen, el informe fue leído por el edecán de la presidencia, porque las autoridades estaban participando de reuniones o negociaciones con sectores en conflicto. Por la rapidez con que se elaboró, el resumen era escueto. Indicaba que la situación estaba mejorando, porque con diálogo se había logrado resolver cinco conflictos de los poco más de doscientos que se mantenían en el momento.

 

El canciller, por su parte, habló de los logros de la estrategia marítima nacional, indicando que el acceso al mar estaba a la vuelta de la esquina, que finalmente se había logrado arrinconar al vecino que había arrebatado la cualidad marítima del país y que solo se necesitaba perseverar en el camino ya trazado. La lógica de gas por mar la podremos fácilmente cambiar por la de paz por mar. Con eso los tenemos asustados, concluyó.

 

Finalmente, tomó la palabra el ministro de la presidencia, principal operador político y amigo de su excelencia. Agradeció a todos la información recibida, indicando que él consideraba que lo que había en el país era una conjura para desestabilizar a un gobierno legítimamente electo por el pueblo, con un claro programa económico para sacar al país de la pobreza y que será ratificado en plebiscito. Pidió a los asistentes que se mantengan unidos y que no se dejen llevar por aquellos que dicen que el presidente había perdido la brújula.

 

En ese momento, intervino por primera vez el presidente, pidiendo que se suspenda la reunión para que él pueda reflexionar sobre lo discutido. Cuando todos salieron de la sala, el primer mandatario se refugió en sus libros de historia para entender el significado de lo que había dicho su amigo ministro. ¿Porqué utilizaría una palabra que él no comprendía? Se pasó la noche en vela, hasta que con los primeros rayos del sol encontró, finalmente y con alivio, la respuesta a lo que buscaba, en un polvoriento libro de la época de la inquisición. En lenguaje antiguo, la brújula es una viéjula féula montada en una escóbula. Con eso, satisfecha su inquietud intelectual, pudo descansar en paz hasta la próxima reunión.

 

 

 

 

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