El terror global

 

El terror global

Autor: Gabriela Ichaso Elcuaz

Publicado: Sin datos

 

Los terroristas del “martes negro”, como denominan los norteamericanos al día en que sucedió el ataque fatídico a su país, sabían demasiado bien lo que hacían. Si quisieron herir el sentimiento estadounidense o asestar un golpe al materialismo desmedido impuesto por la globalización del mercado, lograron además grabar con sangre un mensaje espantosamente certero al corazón de la humanidad.

Bajo las ruinas de las joyas gemelas de la arquitectura y de las finanzas modernas -casi irreverentes ídolos construidos a desoídas de las citas bíblicas de un único Dios que adorará y dentro del boquete que partió en dos el impenetrable “pentágono” de la seguridad mundial, quedó diseminando su gas letal el estallido de una bomba imprevista por los poderosos del planeta: el terror.

Y en unas cuántas horas, el terror hizo carne en el mundo entero dejando empalidecida con su velocidad a la arrolladora, inflexible, inhumana e insensible globalización del mercado.

Cuál fue la particularidad del 11 de septiembre? Pues que nadie estaba prevenido para experimentar el sentimiento del terror corriendo por las venas a la par de la sensación sobrecogedora de la desprotección, provocados por la precisión y contundencia de los hechos sucedidos en Nueva York y Washington. La panacea de la tecnología de la información nos volvió testigos presenciales de un reality show en la tragedia de las torres y así nos demostró su eficiencia para el horror y su absoluta ineficacia para la prevención. Los miles de millones de dólares que anualmente gasta la tecnología del armamentismo a título de “modernización” por la posibilidad de una bomba nuclear que acabe con el planeta son ridículos frente a la maldad a la que puede llegar el cerebro humano para acabar con una o miles de vidas humanas. La capital del mundo, como se conoce a N.Y., concentraba también lo más selecto y representativo de la especulación financiera mundial y ese día sufrió en carne propia la impiedad de las bolsas de valores europeas y asiáticas que no pararon ni un minuto para conmiserarse y, por el contrario, hicieron más negocio de la desgracia estadounidense que el que hubieran podido lograr en muchos años de transacciones. No hubo declaratoria de guerra, ni intervención, ni invasión: hasta ese d a esas cosas pasaban en Vietnam, en Japón, en el Golfo, en cualquier parte. Los dramas que sufren las grandes mayorías del mundo y de las que los civiles estadounidenses se enteran por televisión -muchas de ellas igualmente nosotros- fueron y son de carne y hueso y, esta vez, en su propio cuerpo: muerte, destrucción, enfermedad, desempleo, contaminación, desesperación, dolor, miedo. Todo encarnado en la “Meca” del cosmopolismo y espantando al mundo entero en cuestión de minutos. Acá nadie está a salvo de nada y ninguna película o libro de ficción imaginó que el odio supere a la imaginación para planear con tanta precisión la muerte de millares de personas sin por qué. Si Dios promete el paraíso a los suicidas, adónde van los inocentes que no sabían qué pasaba, que iban a morir porque a alguien se le ocurrió deliberadamente que mueran?

Los terroristas sabían lo que hacían y por eso n

o los perdono. Los detesto tanto como a los responsables de la globalización del hambre y de las armas en cuyo nombre se enriquecen los mismos de siempre: cada vez menos con más plata que ahora van a gastar unos ceros más en su propia seguridad pero no en la que necesita el planeta. La diferencia es que los responsables de la injusticia globalizada tienen nombre y apellido, tienen una cara/dura pero rostro al fin. Contra ellos nos rebelamos y los denunciamos, contra ellos combatimos porque creemos que todos y todas estaremos más seguros cuando cada uno de quienes habitamos la Tierra no suframos hambre ni sed y tengamos una escuela para estudiar y crecer, un hospital al cual recurrir en caso de enfermedad, un trabajo lícito del cual vivir. Pero el anonimato en el que se escudaron para tirar la piedra y esconder la mano, la cobard a de usar gente a manera de proyectil, tan inocente como la que muere en nuestros Terceros Mundos de miseria; la cochinada de castigarnos a unos y a otros a mirarnos con más desconfianza; la perversión de condenarnos a ser todos sospechosos sujetos a nuevos códigos de precaución, de normas de seguridad aérea, deportiva, o de lo que sea… no se los perdono.

Bastante violencia ya nos trae la calle cada día. No voy a dejarme abatir ni a sucumbir ante la maniobra del terror/ismo artero, sucio y criminal. No voy a dejar que en mis hijos hagan carne esos miedos malvados a que lleguen a contaminarnos el agua o a envenenarnos el aire, miedos tan distintos a los temores infantiles a los truenos, a las calles sin luz o la bulla de los borrachos a gritos con sus musicones en la plaza del barrio; no voy a permitir que renuncien al sueño de conocer el mar algún día por espantarse de sólo ver o escuchar un avión en el cielo… Voy a seguir luchando con el lápiz y con la palabra contra los dueños de la globalización del mercado que mata a la esencia de las personas y ahora, también contra los terroristas porque mientras andan reptando y escondiéndose como animales para no ser cazados, los ciudadanos y ciudadanas comprometidos con la dignidad y los derechos de los seres humanos disfrutamos nuestras pequeñas victorias y lloramos nuestras cotidianas derrotas caminando de cara al sol.

Editor: Willi Noack | Administración Técnica: Jose Carlos Choque Y. | Creatica Ltda.