Autonomía regional: ¿Cuestión de vida o muerte?

 

Autonomía regional: ¿Cuestión de vida o muerte?

Autor: Carlos Dabdoub Arrien

Publicado: Sin datos

 

Según algunos autores (Larumbe Biurrun, 1973), uno de los términos más polémicos y del que cada uno hace una interpretación personalizada, es el de región. Para los tratadistas decimonónicos, la región expresaba distintos matices, según la ideología política de quien la suscribía. Así, para los defensores del centralismo, ella sólo tenía unas vagas peculiaridades geográficas, y a lo sumo culturales, que no era conveniente destacar ni desarrollar, pues podía peligrar la “unidad nacional”. Para otros , a los que comúnmente se denomina “regionalista”, la región venía a ser igual o parecida a los Land germánicos, auténticos fragmentos de un estado federal o multinacional, que poseían elementos de soberanía, pero carecían de un poder estatal independiente, aunque sus derechos en buena parte quedaban a salvo mediante el reconocimiento de una amplia autonomía política y administrativa. Algo parecido sucede en varios estados sudamericanos que, a pesar de estar bajo un sistema federal, no se tratan de verdaderos estados federales, en el sentido estricto del siglo XIX, sino más bien de regiones dotadas de autonomía política. Esta segunda concepción ha sido minusvalorada en los estados unitarios, que la han tratado de reaccionaria.

Entre nosotros, también lo regional ha sido un tema de debate y su importancia es tal que lo ha llevado a José Luis Roca a afirmar que la historia de Bolivia es la historia de las luchas regionales (Fisonomía del regionalismo boliviano. 2º Edición. 1992). De otra manera, si bien el término regionalismo ha sido vilipendiado y menoscabado de manera machacona por los ideólogos del centralismo andino, hoy ha cambiado definitivamente de signo, pasando a ser una técnica gubernamental virtualmente irrefutable. La política de desarrollo económico, que se ha convertido en verdadero principio de legitimación de los sistemas políticos actuales, ha demostrado de manera concluyente su ineficacia si no se articula precisamente como política de desarrollo regional y por tanto, no implica riesgo de ruptura, sino, más bien, una seguridad de acendramiento y de cercanía frente a un modelo estatal concentrador, que ha ultimado su ciclo frente a nuevas realidades que vive el mundo. Ordenación del territorio y regionalismo son hoy dos realidades indiscutibles (Eduardo García de Enterría).

La geografía, la historia y la cultura de Bolivia han definido al menos dos regiones bien diferenciadas: la andina (altiplano y valle) y la llanura (llanos y chaco). Nadie puede discutir que desde la llegada de los españoles, cada una de ellas vivió momentos diferentes y por tanto, su actitud y visión del país, también fue distinta. Constituida la república, la organización territorial se configuró sobre el modelo de departamentos napoleónicos con una fuerte raigambre centralizadora, que al ser manejado por un poder económico de orientación minera y parásita del estado boliviano, nuestra región no estuvo en sus planes de desarrollo hasta mediados del siglo pasado. Hoy, las cosas han cambiado, porque Santa Cruz ya no es más el patio trasero de la república, mientras que las tendencias mundiales de la administración pública buscan mayores mecanismos de control sobre el uso adecuado de los magros recursos del estado, todo ello a través de un gobierno legítimo, reconocido por el voto soberano del pueblo. Para ejercer este sistema, el instrumento idóneo es la descentralización política y administrativa municipal y departamental.

De tal modo, que lo regional ha vuelto a cobrar vigencia, y si coincidimos que lo ideal es administrar de cerca por medio de autoridades elegidas democráticamente y dotadas de facultades normativas en campos no reñidos con las atribuciones del gobierno central, concluiremos que el establecimiento de las autonomías constituyen no sólo una bandera de reinvindicación cruceña, sino que además es una técnica administrativa adecuada para gobernar en un nuevo tipo de estado que reconoce la pluriculturalidad y la multietnicidad de la actual Constitución. Esta propuesta que constituye una cuestión de vida o muerte para el país, podrá significar para los incautos o los de mentes centralistas, algo así como una barrabasada, o un bando separatista. Nada más alejado de la verdad. Sólo pretende unificar más a la república, donde el status autonómico no puede ser impuesto por una mera decisión de nuestros representantes. La autonomía regional, al ser un acto de libre determinación, debe surgir del consentimiento de una comunidad departamental que la apruebe mediante un plebiscito, convocado por el poder central, como puede tener su origen en la iniciativa popular, a instancias de las autoridades locales.

En tal sentido, los departamentos o las regiones (constituidas por lo menos por dos departamentos previo mandato de un plebiscito) que se conformen, representan “entidades autónomas, en base a descentralizaciones administrativas, políticas y económicas de vigencia territorial”. Los Estatutos de Autonomía serán la norma institucional básica (departamental o regional) y el Estado los reconocerá como parte integrante de su ordenamiento jurídico. Este cuerpo legal deberá contener la estructura de dichas organizaciones autonómicas y las competencias asumidas dentro del marco establecido en la Constitución (Juan Carlos Urenda. Autonomías departamentales, 1987).

Cuando Bolivia y sus líderes naturales o elegidos por el pueblo, comprendan que este país es multinacional por su diversidad en historia y cultura, y se permita que cada lugareño se apropie de su propia identidad y sea responsable de sus decisiones bajo la inspiración de su autonomía, asentada en los principios de voluntariedad, igualdad y solidaridad, recién habrá a una conciencia cívica colectiva para aliviar la desgracia que vive la República y a vencer el sentimiento derrotista que hoy acompaña a casi todos los bolivianos.

Nota:

Carlos Dabdoub Arrien es Miembro fundador del Movimiento Autonomista “Nación Camba”

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