Chau decálogo, chau diálogo: el silencio en el caso COTAS

 

Chau decálogo, chau diálogo: el silencio en el caso COTAS

Autor: Gabriela Ichaso Elcuaz

Publicado: El Deber, 1º de mayo de 1998

 

No reventamos ni un cohete ni un petardo. No rompimos ni una vidriera, ni volcamos ningún vehículo. No pedimos la intervención de la Cooperativa ni la tomamos por la fuerza. No paralizamos ni la ciudad ni las provincias. No incitamos a la sedición ni al desacato. No arrebatamos el material periodístico a ningún trabajador de la prensa.

Quizás todos esos fueron nuestros errores y por eso ninguna autoridad -ni del Poder Ejecutivo, ni del Poder Legislativo, ni del Poder Judicial- se tomó la molestia de asumir su responsabilidad de investigar y hacer prevalecer la Ley y la justicia en este debilitado Estado de derecho.

La buena fe, las pruebas y los cuestionamientos que generaron y sostienen este doloroso y glorioso parto cruceño de la búsqueda de transparencia, democracia y participación ciudadana en nuestras instituciones, recorrió todas las instancias morales y legales de la sociedad para recibir el portazo unísono del silencio.

Tocó las puertas de los directivos de COTAS: el silencio y los más bajos intentos de silenciarnos. Tocó las puertas del Concejo Municipal: no fue su tema. Tocó las puertas regionales de INALCO: prefirió sentarse del cómodo y poderoso lado de los denunciados. Tocó las puertas de la Brigada Parlamentaria: mutis por el foro. Tocó las puertas del Sindicato de Trabajadores de la Prensa: ni siquiera defendió a sus ultrajados asociados. Tocó las puertas del Fiscal de Distrito: silencio. Tocó las puertas de la Corte Superior del Distrito: no importó el fondo, adujo la improcedencia de forma. Tocó las puertas nacionales de INALCO: con las denuncias, con las pruebas y con la ilegalidad en sus manos, no podía hacer nada. Tocó las puertas del Ministerio de Trabajo: no tuvo tiempo para atender el caso. Tocó las puertas de la Defensora del Pueblo: no puede atender hasta octubre.

Nuestros principios han sido los derechos ciudadanos, nuestros valores han sido los que nos legaron nuestros mayores, nuestra fuerza ha sido la razón, nuestra práctica ha sido la movilización pacífica.

¿Quiénes se han atrevido a enfrentar la corrupción, el fraude y la dictadura con estas armas? Y, sin embargo, la formalidad de estas prácticas institucionalizadas van ganando a la legalidad, a la legitimidad, a la libertad de expresión y a los derechos universales de las personas.

Cuando se habla de diálogo nacional, ¿debemos entender que éste funciona luego de las presiones y batallas campales de piedras y gases lacrimógenos? ¿Debemos asumir que para que el Gobierno de la Nación detenga el escándalo de la impunidad, necesitamos convertir a Santa Cruz de la Sierra en una ciudad de La Paz, convulsionada por los conflictos sociales?

Cuando se decreta un decálogo del funcionario público ¿debemos aceptar la ley del embudo y asumir que este país está dirigido por fariseos y discípulos de Poncio Pilatos?

Me resisto a creer que se esté soslayando a este desorganizado (por eso no somos logia, ni secta, ni partido político) pero genuino clamor social, por ingenuo y pacífico. De ser así, la desazón espiritual, aquella que todavía no está en las calles destruyendo la infraestructura pública y privada o agrediendo físicamente a personas, sino uniendo a las de otros su impotencia y su desprotección ambulantes en busca de justicia, seguramente logrará encontrar otros instrumentos, otras estrategias, otros mecanismos para conseguir su objetivo.

Si esa situación se diera, ésa que que se ha dado en todos los ciclos de la historia mundial alimentada por la ambición, la mentira, el cinismo, la prepotencia y la soberbia que los grupos de poder defienden con uñas y dientes parapetados en instituciones privadas y solapados por los ocasionales administradores de las instituciones públicas, incurrirían en un nuevo y craso error al buscar herejes para intentar escarmiento.

Si esa situación se diera, y espero estén a tiempo de evitarla, busquen en el silencio que guardaron, en las arcas del dinero ajeno que manejaron sin responder a sus dueños, en el diálogo que escribieron con letras muertas y jamás aceptaron, en el decálogo que redactaron para exaltación de la hipocresía, o desempolvando todas aquellas citas evangélicas que pasan de largo cuando se abrazan a la Biblia.

No está en nosotros el ánimo de la violencia: la formación y el aprendizaje nos impiden seguir otro camino que no sea el de la guerra de las ideas y la lucha en democracia.

Nosotros, desde hace siete meses, con nombres y apellidos y por siempre, seguiremos manteniendo el valor moral de encararlos de frente.

Los dedos que los apuntan cuando caminan, los comentarios en las reuniones sociales cuando asisten, los ojos que les sostienen la mirada cuando la bajan, no son sólo las nuestras. Y a todos debería preocuparnos, que esas demostraciones sean muchas, muchas más, que las risitas y las palmaditas de felicitaciones que reciben, cada vez de menos personas, y las que todos sabemos las barbaridades que están pensando.

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