Sobre milagros divinos y responsabilidades humanas

Sobre milagros divinos y responsabilidades humanas

Autor: Willi Noack

Publicado: La Gaceta del Norte, No. 3, 1era semana de diciembre de 1991

Es corriente y común perder la noción o no tenerla cuando algo es así no más, ha sido siempre así y, con seguridad, seguirá así tal cual para siempre, por más que este “algo” representa una situación nada tolerable. Uds., señores lectores, pueden comprobar la verdad de esta afirmación sin problemas, y me refiero, por ej., a su hogar, que precisa ciertas reparaciones, su moto u otras cosas, pero que con el tiempo uno se acostumbra y considera “normal” que, por ej., existe una gotera en el techo.

Recién, cuando viene algún visitante de afuera, quien no está acostumbrado a esta situación, a través de sus observaciones podemos darnos cuenta de que lo “normal” no es nada normal.

Hace dos años, me visitó un gran empresario europeo y tuvimos que viajar en una de las muchas camionetas, desde Guyaramerín hasta Riberalta. ¡No exagero cuando digo que el visitante casi quería volver a Europa cuando vio el estado de conservación de este medio de transporte, y me refiero a las llantas, al juego de la dirección, las gomas que “mantuvieron” los muñones en su lugar, etc.! Ojo, que no era la “pinta”, o sea, el aspecto estético, lo que asustó al visitante.

Peor es la cosa cuando empezó el viaje “a todo trapo” para no sentir la calamina.

Pasó el tiempo, y esta forma de arriesgar la vida se ha vuelto “normal”, hasta para mí.

Sin embargo, la verdad es que es un milagro divino que no ocurren con más frecuencia terribles accidentes, cobrando vidas y salud de choferes y pasajeros.

Pretendo no ser ningún utopista o romántico, sé que no hay plata para hacer siempre debidamente los mantenimientos preventivos y necesarios, pues la vida útil de un bien de trabajo a veces es más extensa que es técnicamente tolerable.

Pero, no es sólo por falta de dinero, sino por una negligencia o falta de responsabilidad humana que pone en peligro las vidas. La despreocupación más grande, un fatalismo total, es cuando un vehículo sale en la tarde y no tiene luces, o cuando se arregla una falla con Durepoxy en vez de soldarla o cuando la última lona de una llanta está a la vista.

¿Qué hay que hacer?

1. Dejar salir a viajes de larga distancia solamente a vehículos que tengan las más indispensables condiciones de seguridad de tránsito (declaro: un guardafango roto o el asiento roto del chofer no importa).

2. Hacer una revisión técnica en intervalos de tiempos fijos, pero una de verdad y no aquella que consiste en vender una viñeta, bonita, dando énfasis a las partes decisivas de seguridad.

3. Buscar y convencer a los sindicatos para que presionen a sus miembros para que respondan mejor a la muy alta responsabilidad que asumen e imponerse imparcialmente.

4. Animar a la ciudadanía en general (y protegerla) para que también vigile sobre el acatamiento de normas de seguridad; buscando apoyo en sus reclamos en el tránsito o en el Comité Cívico, pues se trata de un asunto público.

5. Estudiar la posibilidad de suscribir una póliza de seguro a favor de los pasajeros, lo que tal vez podría ocasionar una pequeña alza en el precio de transporte.

6. Aceptar normas un poco menos rígidas para vehículos dentro del radio urbano, por el hecho de que andan a baja velocidad y que transportan más carga y menos pasajeros.

fecha: 2001-07-28 23:42:23
autor: Willi Noack

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