La responsabilidad de un comentarista

La responsabilidad de un comentarista

Autor: Willi Noack

Publicado: El Nuevo Día, 16.06.99

Diariamente leemos comentarios en nuestros matutinos, firmados por ilustres personajes locales que gozan de mucho respeto del medio, que admira a la persona que escribe. Este respeto tiene su origen en múltiples justificaciones, entre ellas de haberse destacado como líder, no importa en qué rubro, pero también inciden su sitio social, su árbol genealógico, o sea, su apellido de mucha tradición y, a lo mejor, también el de la esposa. Son representantes del estrato social que tenía y tiene papel en la conducción de la sociedad. Muchos gozan de aprecio porque son miembros de la sociedad organizada en un sinnúmero de círculos, donde se generan corrientes de opinión, y muchos de los que “escriben” se convierten en portavoces de estas opiniones, reflejan pensamientos y, sobre todo, sentimientos compartidos por la mayoría de los integrantes de estos círculos, muchas veces reservados y cerrados. Como portavoces pueden estar seguros de que reciben elogios cuando articulan lo que muchos piensan, pues, además, dominan el mismo lenguaje de los representados, lleno de expresiones típicas de la jerga local y, muchas veces, con la simpática picardía de decir las cosas entre líneas, entendibles para los que manejan la temática y, por lo tanto, saben descodificar lo que se dice con alusión, sin necesidad de precisar alguna afirmación. Estos comentarios se parecen a las anécdotas, sean orales o escritos y tienen grandes méritos en conservar una faceta sumamente agradable de aplaudir o, a veces, censurar con un leve jaloncito a la oreja de alguien del grupo por sus actividades. Ojalá que no desaparezcan estas formas de comentar los acontecimientos locales.

Pero hay temas que no permiten tal tratamiento por su importancia y urgencia, cuando el comentarista debe trabajar con cuidado y seriedad, analizando y sacando conclusiones, con propuestas. Es obvio que estos comentarios son diferentes a las alegres anécdotas narrativas, alimentándose de clichés corrientes y retroalimentándolas. El comentario sobre temas trascendentales exige estudio, lo que por su lado requiere lectura, búsqueda de información, y criterio formado; caso contrario, carece de responsabilidad. Más bien procrea corrientes de opinión que tienden a perjudicar la formación de un criterio en el lector en base de contextos acertados, en vez de sentimientos populares y compartidos. En una sociedad que crece demográficamente a un ritmo alarmante, donde no hay mucha cultura de lectura, un comentarista puede fomentar sensibilidad y conciencia que permita a la población interpretar de manera positiva, como también obstaculizar procesos de modernización, frenando o inhibiendo cambios imprescindibles.

Cambios significan conflictos entre los que no quieren que el cómodo estatu quo se debilite o desaparezca y los que tienen la convicción de que se debe cambiar mucho para que todo pueda seguir tal como es, so riesgo de que se produzcan cambios violentos incontrolables: se trata de la necesidad de evoluciones pacíficas cuando no conviene la revolución violenta. Un auto tiene frenos y acelerador. De la misma manera debe haber gente que resiste a cambios (pues no todos los cambios producen mejoras), como también debe haber protagonistas que proponen la adecuación de la sociedad a los nuevos paradigmas que determinan nuestra vida. Los “resistentes”, sin embargo, no deben pecar por desinformar, sea de mala fe o por negligencia, pues asumen la responsabilidad, consciente o inconscientemente de influenciar el rumbo de la sociedad, sobre todo cuando se trata de “personajes – monumentos” en la estimación de los lectores. Este debate sobre los cambios o, mejor dicho, sobre las reformas ineludibles, confirma que existe democracia, respaldada por el derecho innegable de opinar con libertad, y es provechoso pues la tesis y la antítesis desembocan en la síntesis. Pensar significa cuestionar y no repetir clichés. Callar significa otorgar. Las reformas merecen un adecuado debate en vez de una, a veces, prepotente difamación por los que monopolizan la opinión, sea por su situación económica, su pedestal intelectual, su cargo de Presidente o Alcalde, o por ser de pura cepa, o simplemente su influencia y relaciones.

Este artículo pretende ser un alegato para pedir a quienes escriben orienten con mayor responsabilidad a la ciudadanía y flexibilicen opiniones que eran correctas en tiempos pasados, pero que ya no son acertadas en vista de que la sociedad de hoy es otra. Ahora, ¿tiene destinatarios este mensaje? lo cual, con toda seguridad, no será aceptado por algunos, cuestionando además el derecho de emitir ideas atrevidas en contra de destacados miembros de la élite intelectual. Sí, por supuesto que sí tiene destinatarios. Pero temo que no hay suficientes garantías para hacer una crítica abierta a algunos que escriben sin la necesaria responsabilidad, pues las confrontaciones todavía se desvían del tema de la discusión para centrarse en las personas protagonistas de las diferentes opiniones, y lo vamos a ver en las próximas campañas proselitistas cuando se busca el apoyo del votante, no a través del programa, sino por la persona del candidato. Ejemplo contundente era el voto de compasión y sentimental para el candidato a Alcalde

Para el bien de una sociedad demócrata, es ineludible una orientación objetiva, seria, fundamentada, que se abstengan de reiterar los clichés y que se atreva tratar los tabúes.

fecha: 2001-07-28 23:42:23
autor: Willi Noack

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